Batalla perdida
No quiero enlodar la imagen de mi compañero de vida y justificar mis fanfarronerías y escaso ego. Es preferible dejar constancia de sólo lo que yo he hecho. Ya su parte, le corresponde a él. O al menos por el momento. Quizá en otro espacio pueda contar esa historia, que es una historia...
El ego ha sido en muchas ocasiones un traidor, un embustero; que hace que vea cosas donde no las hay, que me enloquezca con frases de cuento, miradas escondidas detrás de un matrimonio.
Así comenzó el romance, cuando mi ego estaba al borde del precipicio, me sentía sólo ama de casa, madre, trabajadora; lo último que recuerdo de esos años, es una escasa pasión de un matrimonio de 12 años llevaderos.
Muchas noches, aún recuerdo, pasarlas en vela; con una muerte lenta de mi feminidad y deseos, viendo como mi pareja dormía plácidamente y dentro de las sábanas dejar hundidas mis necesidades. Nada lo despertaba, ni mi llanto por sentirme sola, poco deseada y amada. Lloraba, tumbada junto al retrete, por no identificar si mi llanto me llevaría a vaciar mi estómago o mi alma. Pasaron muchas de estas noches, convertidas en mañanas; con los ojos hinchados, sin que se distinguieran mis párpados, perdiéndose mis pestañas en la amargura. Con los ojos evidenciando mi insomnio y mi garganta cerrada de gritar en las toallas del baño; donde ahogaba mis gritos y ganas de salir huyendo. Quizá, éso debí hacer.
Huir, antes de dañar a los demás. Pero, cómo explicas a tus hijas que eres mujer? Lidiar con esas dos partes es la angustia y batalla más desgastante que he perdido.
Sus mensajes matutinos comenzaron en breve, Enrique sabía mis horarios. Llegar al trabajo y encontrar un mensaje en el celular, hacía de mi estómago una maraña que paralizaba mi sistema; quería gritar y brincar de emoción. Pero el que gritaba dentro de mí, era mi ego. Hermosa, me llamaba; deseando un hermoso día, con frases cautivadoras, llevaron mis días a olvidar mi cordura y mi nombre.
Comentarios
Publicar un comentario