Mi refugio

He pensado tanto en Enrique que no quisiera ni siquiera saber que existe, por qué no se muere de una vez?
Las vacaciones pasaron de un tono a otro. Siempre he odiado el frío, detesto temblar y que los hombros me duelan de tanto encogerlos, tomar té no me resulta suficiente para calmar mis temblores. El Sol se oculta más pronto de lo que quisiera y las noches me parecen eternas. De nuevo en la ciudad, más tiempo para pensar y recordar.
Me he dado cuenta de que la historia Enrique y Julia, me sirve como un refugio cuando no me siento bien y quiero ser otra de la que soy ahora. Un escape a una realidad que amo y que no quiero perder, sin embargo, hay hendiduras en mi alma que me hacen querer escapar, a veces.

Volver a la ciudad donde viví una historia de mi vida, que aún después de tantos años sigue murmurando a mis espaldas, es asfixiante. Esa historia no  deja de llamar, de recordar y de distraerme de mi vida actual. Pasé por calles que pensé que había olvidado, callejones donde nos escondíamos de la gente y la luz, como dos adolescentes inmaduros; y sí, lo evoqué, en silencio dentro de la oscuridad y la soledad. No sabía dónde pasaría las fiestas, si por casualidad estaría de visita con su madre o seguía trabajando en donde reside actualmente. Por un instante desee encontrarlo, en un semáforo, en alguna tienda.
Traté de guardar su recuerdo dentro de las excusas de mi vida actual, de la amnesia que pretendo tener en lo referente a él. Dejo los recuerdos de Enrique, sólo para mí. Lo extraño y enfermo  es, que cuando más lo pienso, se paraliza mi respiración; es cuando mi sensatez tiran de mi cabello negro y me vuelve a la realidad. No lo amo, sólo es un refugio plagado de polvo y moho que me da calma y apesta.
Con Enrique perdí la cordura de la adulta que soy, olvidé lo trascendental de la vida, dejé de lado toda estabilidad, boté todo por él; como toda amante de un casado, creí en sus mentiras, en su espera, sus juegos, breves momentos para vernos y esconderme como la cualquiera en la que me había convertido.
Pasar por esas calles que llevan  entre las grietas de las banquetas la negrura de mi falta, me hacen sentir pena y culpa. Perdí tiempo precioso con mi familia, mentí a mi compañero de vida, manché el apellido de mis padres y mi cara y mi nombre estaban en boca de vecinos y familia. De nuevo era la puta que fui de adolescente. Y aún así, a veces le quiero encontrar.

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