Por las escaleras
Era viernes de primavera cuando se fue. Esa estación le agrada para irse. Se fue con una sonrisa en su rostro, victorioso, dio la vuelta a la calle y lo vi tomar su teléfono; él seguiría con su vida, y yo trataría de recuperar la mía.
Dónde habría quedado Julia Eskarra, dónde dejaría su vida, cuáles eran sus sueños, ahora en qué se basarían sus esperanzas?, si aquella ráfaga de frescura se extinguía con su partida. Me hubiera caído muy bien un regreso en ese momento, un fuerte abrazo y un te amo. Pero se fue y no mostró señales de dolor.
Mi caída era abismal, el descalabro era doloroso. Cómo sanar esas heridas y esos raspones?
La casa se escuchaba ausente, las luces una a una fueron apagadas y todo se quedó paralizado en el tiempo. Seguía sonando la música vieja en el reproductor, sonaba a soledad y recuerdos. Cerré la puerta y dejé el cúmulo de estrellas que se hicieran bolas, no quería tampoco, saber de ellas; el viento soplaba fuerte y movía las cortinas desesperado porque saliera a mecerme en él, pero lo ignoré, tapé mis oídos y lloré. Me senté en el piso del comedor y lloré hasta que no supe donde poner más lagrimas. Después de varias horas me fui a la cama y dormí sola y conmigo.
Al día siguiente traté de hacer mi día normal, pero cómo haces normal algo que ni siquiera parece real? Limpié la casa a profundidad, tratando de sacar las huellas de Enrique de cualquier recoveco, tallé y limpié. Me hinqué sobre las baldosas rugosas de las escaleras y las fregué con el cepillo haciendo tanta espuma que difícilmente se iba con la cascada de agua fría que caía por las escaleras. Intentaba que se fuera revuelto con el agua y la espuma, y que mi alma quedara limpia.
Estaba cansada y antes de que el Sol se ocultara, ya estaba metida en las sábanas; fresca y limpia. Dejé el ventanal abierto para que el viento soplara y me llevara y olvidarlo. La noche fue larga y solitaria, si tan sólo el tiempo regresara y jamás hubiera abierto aquel correo, las cosas hubieran sido diferentes; o más bien, si Julia no hubiera sido como es, tan sólo hubiera dejado pasar aquel mensaje como algo intrascendente.
Al día siguiente, no me levanté de cama, no quería saber del mundo, ni de mí misma. Las horas pasaron y la tarde llegó sin avisar, así como lo hicieron Braulio y las niñas. Me encontraron en pijamas; como muchas veces. Mis hijas, se retiraron a jugar y Braulio; Braulio, notó mis trozos por toda la casa. Con paciencia y en silencio, los recogió, uno por uno; trató de armarme y me abrazó me arrulló en brazos mientras yo lloraba. Vaya escena. Mientras yo trataba de explicar algo, él silenciaba mis balbuceos con su mano tranquila, diciendo en voz baja:
- No es necesario-
Así terminó la noche, o al menos es lo que recuerdo.
Después de unos días, Braulio volvió a casa, con sus maletas llenas de perdón, un perdón que no comprendí hasta hace unos años atrás. Y es que cuando escondemos un secreto más grave que el otro, es más fácil perdonar para curarnos en salud. Pero esa, es otra historia.
La casa se llenó de alegría, estábamos todos juntos nuevamente, la dinámica de casa, volvió, mi paz, estaba conmigo. Los planes estaban sobre la mesa, Braulio tenía una oferta de trabajo en una ciudad hermosa, cerca de su ciudad natal, en la playa. Soñábamos y los discutíamos a diario. También pensábamos que podríamos llevar nuestro trabajo a otro nivel, dejar de trabajar para terceros y montar nuestra propia empresa. Nos sentíamos felices por contar con tantas esperanzas.
Irnos de la ciudad a más de dos mil kilómetros, hubiera estado bien, hubiera sucedido que, en la siguiente parte no doliera tanto. Pero no fue así. Pasados los días, y evaluando las posibilidades y con la gran aportación de mi madre porque no nos fuéramos de la ciudad, decidimos quedarnos. Nos establecimos en otra casa y con los recursos que teníamos y mi finiquito tenía mi propia empresa. Todo estaba bien. Estábamos bien. Enrique no era parte de esta nueva historia, se había quedado sepultado en el jardín de mi casa, cerca de las baldosas; ahí, abajó del bambú que crecía sin reserva, ahí lo dejé; había decido olvidarlo, olvidar a Julia Eskarra infiel y ligera. Quería mi vida de vuelta, me quería de vuelta.
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