Diecisiete de nuevo
Tener cuarenta y dos años, no me exime de sentirme como de diecisiete. Julia Eskarra había decidido dejar de sentirse estúpida, desde hace muchísimos años. Dejar de lado la devaluación emocional que había arrastrado durante su etapa juvenil. Donde la súplica por atención era un ir y venir entre sus manos, donde el viento se llevaba su dignidad en los peores momentos.
Y de pronto, dentro del paréntesis se abrió a lo lejos otro nuevo, con olor a hierba fresca y suave sabor a libertad. Un día, unas palabras fueron suficientes para aprender de otros mundos, donde quizá pudiese depositar lo más auténtico que se había reservado para sí.
Julia Eskarra abrió su corazón a la primera oportunidad, como una colegiala estúpida. Nunca lo había visto de la manera que lo podía ver a la distancia, era una especie de prototipo. Su voz era tan penetratante que podía escuchar una y otra vez, los largos audios que enviaba. Mientras caminaba por debajo de los grandes pirules, levantaba la mirada y cerraba los ojos; imaginando que le hablaba en una especie de burbuja gigante.
Soñaba con poder olerlo y sentir sus vibraciones en los oídos, poder cerrar los ojos y meterse en la burbuja juntos. Pero qué lejos estaba de poder lograr algo así.
Pasaron los días sin sentirlo, uno tras otro, le mandaba mensajes matutinos con cualquier pretexto y él respondía de manera amable. Podían conversar de cualquier tema, sin sentir el paso de las horas. Mientras lo leía, cantaba y caminaba; y podía sentir que flotaba entre las nubes y reposaba en el fresco césped.
Un inusual día, cuando se había sentado en el jardín lateral a su casa, se sentió enormemente eufórica y tuvo la pésima idea de decirle lo que su corazón comenzaba a sentir. Un mensaje largo y sin sentido, apareció; después de textear por varios minutos y borrar una y otra vez. Rompió el silencio de una vez y dijo cantidad de cosas que hacía años que no expresaba. Sus mejillas se ponían cálidas y sonreía. Estaba segura que detrás de su teléfono la respuesta sería inmediata y con textos parecidos a los que había enviado recientemente... Después de verle en línea por varios minutos, comenzó a escribir. Hubiera querido que le marcara o corriera hasta ella, a casa para decírle lo mismo; pero no fue así, sus palabras sonaron huecas y frías, llenas de incomodidad.
Esto lo sentía a través de cada una de las letras. Qué mal se lee aquí, que denigrante resulta cuando lo escribo para mí.
Esto lo sentía a través de cada una de las letras. Qué mal se lee aquí, que denigrante resulta cuando lo escribo para mí.
Ernesto había terminado con aquella esperanza de sentir nuevamente amor. Le arrancó una tras otra las plumas a sus alas, las dejó sin belleza y sin ganas de continuar. Sacó una cajetilla de cigarros blancos y una cajita de cerrillos; nerviosa comenzó a fumar, uno y después otro; llegado el tercer cigarro, su cabeza daba vueltas y quería vomitar. Leía sus textos y le daba rabia con ella misma, no podía creer lo que había hecho.
Ernesto había perdido su fulgor en abrir y cerrar de ojos, sus frases impregnadas de indiferencia le dolieron en el alma y le retumbaron en el ego.
- No tenía idea de lo que pensabas, yo no te veo más que como una amiga. Alguien a quien yo quiero darle luz. Me pareces un partidazo, pero no estoy interesado; creo que te confundes... etcétera, etcétera.
¿Qué respondes ante semejante bateo? Ni la más remota idea llegaba a su cabeza, sus manos temblorosas hacían que se cayeran las cenizas entre sus piernas. Quería llorar y saltar sapos y culebras por su boca, pero ella solita se había metido en ese lío. Así que tuvo que tomar fuerza y tratar de responder ante semejante respuesta.
- Para nada no te preocupes, no esperaba que sintieras lo mismo- Obvio noooooo, sí esperaba algo! -Creo que cometí un error terrible, pero no te preocupes, no te molestaré nuevamente, creo que es mejor que no hablemos-
Ya no pudo responder a sus siguientes mensajes. Se quedó helada y vulnerable de nuevo. Las lágrimas salían y mojaban mis manos, que no se daban abasto por contenerlas. ¿En qué momento se le ocurrió semejante atrocidad?
Regresó a casa con pocas fuerzas, mareada por el humo del tabaco y la impresión; sólo quería dejarse caer en la cama y tratar de olvidar. Pero cómo olvidas algo inolvidable. Pues Julia Eskarra tendrá que olvidarlo hoy.
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