Mi yo sabio

Dentro de mi ser habita un ser que busca el equilibrio y la oportunidad día con día de ser feliz. Es un ser que ha sido ignorado en muchas ocasiones y que otras a penas logra ser percibido por la conciencia de Julia. Lo imagino como un ser ancestral de largas barbas blancas y rostro arrugado, con el brillo de milenios en sus pupilas y sus brazos dispuestos a tocarme cuando sea necesario un rescate; vive y respira conmigo, argumenta y debate para no dejarme sola. Ese yo interno, me ha rescatado en varias ocasiones de no desfallecer entre sombras; incluso de no morir.
Después de la partida de Braulio, las cosas se tornaron más difíciles cada día; las horas parecían prolongar las ausencias y los vacíos. Pocas veces recordaba lo que seguiría en el siguiente paso. No lograba enfocar la realidad, ni siquiera pensar en tener un rasgo de esperanza en mi existir. La depresión estaba cómoda dentro de su espacio mortuorio. Mi alma la había acogido y le servía con cuchara grande cada bocado de mi ser.
Un día de tantos, logré abrir un poco más los ojos y recordar cómo se sentía ser feliz. Me sobrecogió una ráfaga de luz en la habitación, y pude ver que toda la historia tórrida con Enrique no era lo que debía esperar de la vida misma. Debía haber algo más para mí, en algún lugar de mi cuerpo aún se podrían sentir los latidos de mi corazón y esa podría ser la razón para salir de ese estado vegetativo.
Salté de pronto sobre el teléfono y busqué ayuda, necesitaba rescatar al amor de mi vida, salvar a Julia de las garras de la incertidumbre y la desolación. Logré concertar una cita con una terapeuta. Me sentía librada. No sabía cuánto faltaba por recorrer y que a penas el camino más difícil, no comenzaba. La cita estaba hecha y pronto abriría un espacio a la realidad.
Buscaba respuestas detrás de aquella puerta blanca enmarcada de camelinas color bermellón; reposaba mi ansiedad en un sillón acojinado, tan acojinado que me sobraba confort. Dejaba que mi mente se abriera y sólo salían palabras al aire sobre una idea en específico. Maravilla de reflejo tenía frente a mí, me dejaba hablar, y cuando los veintes caían de manera inesperada, me callaba. Hacía un alto y se me llenaban los ojos de lágrimas, queriendo seguir explicando y vomitando la basura existencial que brotaba por mis ojos y labios. Mientras ella se levantaba de su incómoda silla y me daba las gracias.
 Me daba vueltas la cabeza, debido, al perfume de mujer adulta que mi terapeuta usaba; o quizá era más bien la adrenalina que recorría mi cuerpo. Siempre he disfrutado observarme, conocer cada rincón de mi extraña mente. Descubrir recuerdos que parecían fuera de mi alcance y que tengan tanta relación con mi vida actual, parece que la madeja de historias se teje correctamente. 
Al salir por aquella puerta, mi espíritu se asustaba de caminar por aquella banqueta llena que florecillas resbalosas. Mis pasos acelerados, trataban de bombear más sangre cada vez a mi cerebro, para que fluyeran las ideas y encontrar la respuesta que estaba buscando en esa sesión. Algunas veces me detenía en un puente peatonal,porque las luces de los autos me hacían pensar que estaba en otra dimensión; la que fuera, menos en la que estaba. 
Respiraba hondo, queriendo inflarme tanto que pudiera tener el valor de volar lejos, poder exhalar toda la irrealidad encontrada en aquel consultorio. Inhalaba una y otra vez, tratando de superar una extraña euforia entre la emoción que sentía de haber descubierto algo más de mi entrañable historia y la ansiedad de querer terminar con el vacío que sentía en el pecho.

Caminaba cada ocho días; rápido, olvidando el tiempo; caminatas largas de una hora y media, hasta la casa de mis padres; para recoger a mis hijas, que esperaban felices. 
Los medicamentos que el psiquiatra había recetado, no estaban haciendo el efecto que hubiera querido; me sentía rota por dentro, vacía y llena; con ganas de vomitar hasta dejarme sola. Cuando tomas medicamentos tienes la certeza que ellos vendrán a reparar todo lo que falla en tu psique o en tu alma, y pasado el tiempo te das cuenta que esa es la idea más lejana que puede haber al respecto. No se llenan los vacíos de afuera hacia adentro. 
Para aquellas fechas se acercaba la temporada invernal y el psiquiatra argumentaba:
- Julia, viene la época más difícil del año, vamos a prevenir cualquier crisis. Cambiaremos el medicamento, debido al tipo de depresión que manifiestas.
Crisis?, este hombre no sabía, ni tenía la más remota idea de que mi vida transcurría en una crisis permanente?
Mi semana iniciaba y se reseteaba al momento de las sesiones. Y mis días con el coctel recetado recientemente. Pocas veces me daba un ligero impulso para continuar y sobrellevar la depresión mayor. Los medicamentos me mantenían aletargada y podía dormir la mayor parte del tiempo, y para mí era mejor. Al despertar, el insomnio se hacía cada vez  más recurrente.
Quería irme lejos, me sentía inadecuada y en ruinas, desestructurada mental y emocionalmente. Hubiera querido tener unos días para poder tomar fuerzas para continuar, pero sabía que si estaba completamente sola sería peor.
Enrique no estaba de acuerdo con el tipo de tratamiento que estaba tomando, tanto psiquiátrico como terapéutico; y era de esperarse. Cuando sabemos que el otro puede abrir los ojos en algún momento de su vida y desaparecer de la propia, nos absorbe el miedo y nos mostramos escépticos e irritables.
Pero no podía hacer caso omiso a mi Yo, aquel viejo tenía razón todo el tiempo y era hora de recuperar a Julia, de rescatarla de donde quiera que se encontrara; allá en el desierto de su soledad o en los bosques de sauces llorones donde su llanto mantenía aquel espectáculo nostálgico. Había llegado el momento de iniciar el camino.

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