Regresemos a la perspectiva inicial
Puedo recordar que para estas fechas la situación era funesta como muchos otros días lo fueron por aquella temporada. Enrique se había alejado por completo; debió ser el tiempo, el frío de invierno que se avecinaba; quizá fue aquello, quizá esto otro, quizá el estúpido comentario que me hizo cuando le pedí una fecha.
- Qué respondes cuando te están apretando las bolas?, lo que quiere escuchar el interrogador.
Fueron sus palabras cuando lo único que quería tener entre mis manos era una certeza, no sus pelotas. No había regresado a casa, habían pasado más de cuatro días y tampoco el teléfono sonaba como antes.
Trataba de retomar mi vida y encontrarle un nuevo sentido a mi existir. Cada mañana era un reto para mí, poder sacar las piernas de las cobijas y bajarlas hasta el piso de madera que me esperaba. Mis ojos no lograban abrirse de golpe. Casi todos los días el insomnio llegaba a mis noches. Lo único que me hacía cerrar los ojos era una copa de tinto barato y un cigarro a la luz de las estrellas. Cuando sentía que mi cabeza podía dar alguna vuelta sin yo programarle, era momento de apresurar el tiempo y meterme bajo la frazada para poder dormir. Era un sueño breve, a penas de una horas; y aproximadamente entre las 3 y 4 de la mañana, mi mente me despertaba por una extraña y terrorífica razón. Cuando el despertador estaba aún dormido, yo sólo podía escuchar las manecillas segundo a segundo, para recordar la distancia que había entre esa tortura llamada amor y el olvido.
Trataba de no recordarle más, de perder su recuerdo en alguna parte de la ciudad; pero no podía. Era exasperante que llegara la Noche Buena y la soledad estaba en la puerta.
Aquella mañana, mis padres decidieron festejar su aniversario de bodas. Se habían adelantado al resturante que estaba a una hora de mi hogar. La salida de casa parecía eterna y carente de voluntad. Traté de ponerme la ropa que me haría sentir hermosa; aunque él no lo viera, ese día, me sentí un poco mejor. Dejé el teléfono en el fondo del bolso, sin sonido y me subí al auto con mis hijas.
Las canciones navideñas sonaban en la radio; qué hermoso poder salir y hacer de cuenta que la verdad fuera otra. Que pudiese llevar mi vida de un modo normal y no enfrascada en una depresión sin final. Las pastillas no hacían nada a mi cuerpo, menos a mi espíritu.
El sol era cálido y el viento a penas soplaba, me estaba dejando calentar hasta los huesos y me sentía en calma. Estacioné el coche en el centro comercial para comprar un regalo; no tenía ni la menor de qué comprar, sólo podía pensar en lo que Enrique me había dicho que deseaba para él. Una boina quizá, un abrigo... trataba de pensar en otra cosa. Cuando llegaba a mi mente alguna idea sobre él, traía de regreso el océano, una ballena saltando, una gaviota por la orilla del mar. Así transcurrieron un par de horas mientras deambulaba en búsqueda de la nada.
El teléfono vibró en un lugar recóndito, entre unos pañuelos desechables, maquillaje y una cartera. Lo abrí sin pensar; pues ya había decidido no hablar más con él.
- Hola hermosa! - saludó Enrique.
- Qué pasó? - enfadada respondí a su saludo obsoleto.
- Quiero verte antes de irme a pasar las fiestas con mi familia.
Su familia!!!, su familia, y a mí que me cargue el diablo; eso rumiaba mi cerebro y me hacía rabiar. Que no debíamos pasar ya estos días juntos?, por lo menos que ya se hubiera enterado su mujer?, pero no, la situación seguía siendo la misma.
- Discúlpame, no puedo, es aniversario de mis padres y voy en camino con ellos- Jamás pensé que podría haber contestado algo así. Tuve las fuerzas para decirle por primera vez un NO.
Seguí mi camino y llegué con mis papás. Así transcurrió la tarde, sin él, conmigo; así sin más.
Llegada la Noche Buena, la mesa estaba puesta, la familia estaba reunida; mis hijas y familia cercana. Menos Braulio, él estaba a más de tres mil kilómetros. Lo extrañaba, deseaba un abrazo de seguridad, un poco de estabilidad aquella noche; pero no, él tampoco estaba más.
El teléfono siguió sonando durante las siguientes horas. Y en una de ellas respondí... nuevamente.
- Hola, ocupas algo?- respondí impaciente, pensaba: o está, o que se vaya al carajo.
- Perdón, sólo quería desearte feliz Navidad.- Contestó Enrique, sin poder creer lo que escuchaba, o más bien el tono de mi voz.
- Sí, está bien, igual tú.- Y colgué.
Adiós a una noche no tan buena.
Comentarios
Publicar un comentario