Un día, quizá

Hay seres que llegan del infinito a colocarse en un sitio, nunca antes ocupado. Llegan con descaro y ligeros, y levantan el viento que se había mantenido apacible durante largos años, da vueltas y levanta las hojas que se habían mimetizado con el piso y el olvido.
Julia Eskarra, no recordaba sonreír  de ese modo entre textos. No recordaban sus labios la sensación de un mordisco a solas. Sus ojos se habían cerrado a la picardía de mensajes a media mañana. Y sus piernas no acostumbraban juntarse tanto a deshoras.
Los largos cabellos de Él, sostenían las ganas del todo. Ganas guardadas entre líneas, humedad que se confunde con la lluvia de enero y una calidez que reta al frío invierno.
Julia quería permanecer en penumbras por más tiempo, olvidarse de la desnudez que la acecha por las noches y la deja al descubierto. Había tomado la decisión de continuar su vida sin más, con el asombro en algunas noches que podría regalarse a solas. Sabía cómo sentirse bien por un tiempo. Había aprendido como regalarse unos minutos para ella. Y así, quería continuar.
Pero el destino no avisa, es tramposo y juega con las cartas escogidas previamente. Las levanta y nos hace dar cuenta, que tiene nuestras vidas en sus manos. Julia, entonces vio de pronto, que su vida certera y organizada, teñida de grises; se cubría de tonalidades desconocidas para ella.
Él, llegaba con azules bajo sus gafas y un suave olor a sal, le avisaba que estaba viva, que estaba de vuelta.
No tenía idea de quién era en realidad, un hombre nuevo, de 36, escondido bajo unas gafas; redondeadas color negro, enmarcando sus ojos tiernos y profundos. Su cabello rebelde cambia de lugar con el viento, sin previo aviso. El contorno de su cara asoma la mandíbula y lo hace sumamente varonil, en su cuello se manifiesta su prominencia laríngea; haciéndolo más sensual. A Julia le dan ganas de besarle el cuello, mientras le toca los labios con los dedos; desea sentir la lengua de Él entre ellos. Desea escuchar la respiración entre besos en su oído derecho, mientras Él roza su cara con la de ella.
La imaginación no para en todo el día. Los mensajes de Él son tan constantes, que no le da permiso a calmar el calor que le provoca. Le resultan eróticos y tiernos. Entre líneas ha encontrado sensaciones nuevas, y mientras se mira al espejo; al llegar a casa, observa su rostro y mira con detenimiento su largo cabello negro; recordando los textos, donde aquel hombre le ha dicho:
- Me encantas, me encanta tu cabello- textea con frecuencia. 
Julia es torpe, en muchos aspectos del flirteo; cuando recibe estos mensajes, muerde sus labios para no sonreír descaradamente, y después lo hace  como tonta, mueve su cabeza de un lado a otro y levanta la mirada; tratando de encontrar en el horizonte una frase perfecta, aquélla que no le haga parecer infantil o inexperta. Sin embargo, no lo logra siempre. 
Una mañana, llegó un mensaje a su móvil. Era él. ¿Cuatro de la mañana?, en absoluto resultó molesto. Sonrió entre sueños y observó un breve video; eran las olas del Mar Caribe, como amaba Julia el mar. Ese regalo matutino le llenó más que cualquier cosa. Hermoso que un desconocido, conozca lo que te puede hacer feliz.



Volátil y quizá efímero, en una ciudad distante, en espacios paralelos. No importa si así es, se siente bien hacer planes de tener un tiempo a solas, de sentirse en algún momento, de recorrer sus cuerpos deseados entre mensajes e idealizados en medio del tiempo. Un día, quizá, podrán conocerse en persona, tocar sus labios ansiosos, frotar sus manos suavemente mientras sus ojos se penetran entre ellos. Un día quizá, donde el tiempo se detenga y el placer se torne apacible. Donde ambos construyan una muralla para ellos y sus momentos; y puedan despedirse satisfechos; para lograr continuar cada uno con su realidad.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Con vehemencia

Amor