Un nuevo extraño
Desesperada Julia Eskarra viajó a otra ciudad a escribir sobre los últimos acontecimientos. Su interior, estaba en un vuelco. No bien localizadas las sensaciones y las emociones, sólo fluían de un rincón a otro para poder erradicarse de improvisto y seguir viajando por el torrente sanguíneo. Hace muchos años que no se sentía de ese modo. Quería gritarlo al viento, se estremecía en la regadera; aún con agua fría; agitaba sus largos cabellos en el viento y sonreía mientras buscaba un café, aquél que fuera adecuado para escribir sobre un nuevo personaje inesperado, en esta historia. Historia que en un principio era sólo sobre Enrique, pero que con el paso de los meses se ha convertido en la historia de la propia Julia. Una Julia celosa de sus letras, de sus lágrimas y de suspiros.
Tenía la firme sospecha de que la vida que le aguardaba después de la ruptura con Braulio, estaba tapizada de soledad y espera. Durante años detestó las películas cursis y las canciones románticas, donde pronunciaban un amor que ella no conocía de primera mano con su marido. Con Enrique lo conocía, pero no lo tenía; se había esfumado. Estaba segura que era atractiva, se lo habían dicho recientemente y ella se sentía mejor que nunca; sin embargo, ya no esperaba una relación con nadie. Ni con Ernesto, siquiera; a él lo había olvidado, añoraba un poco sus pláticas. Le encantaba su manera de ver la vida, la disciplina que mantenía; su sonrisa, la mirada, su voz que la remontaba a otra atmósfera. Pero él decidió que esto no era una relación de amigos. Así que Julia, lo dejó por la paz y lo había logrado por completo. Esta libertad le hacía sentirse plena nuevamente.
En ese espacio interior, llegó de golpe Alan.
Un buen día la contactó por las redes sociales. Julia no tenía práctica al conversar con extraños. Estaba temerosa y venían a su mente los prejuicios que sus padres le inculcaron. Sin embargo, estaba cansada de repetir las historias de su adolescencia y adultez. Aquellas, donde no le habían dejado nada el seguir las reglas, el ser la mujer que se espera y es guiada por los parámetros de otros.
En esta sensación de libertad, estaba deseosa de experimentar reacciones desconocidas; ser una nueva Julia. Regalarse la euforia de otros lugares, otros cuerpos y quizá otros amores. Ahora, decidía por cuenta propia ver películas rosas y se alegraba al ver los finales felices. Gritaba de pronto "no", cuando las parejas se separaban. Cuando ésto sucedía, se sorprendía y reía a carcajadas. Disfrutaba esta versión.
Qué bien se sentía.
Los primeros mensajes de Alan, eran tan dulces, que Julia no sabía cómo responder. Así que lo hacía de manera breve y poco entusiasta. Esperaba que él, bajara la intensidad de su ternura, para sorpresa de ella, no sucedía así. Hace tanto que no sentía esa emoción en el estómago al leer un mensaje de ese tipo...
Las semanas pasaron y los mensajes continuaron. Alan, deseaba conocer algunos detalles de la vida de Julia. Ella por su parte, de manera amable, no se los brindaba. Tenía miedo que fuera aquel, algún loco o asesino serial.
En aquellos días, cuando sus hijas habían partido hacia la playa con su padre. Julia se sentía inestable y sólo quería permanecer, pero los mensajes de Alan le llenaban un espacio, que ella hubiera querido llenar por cuenta propia. Habían quedado de verse una noche de diciembre. Julia no sabía por dónde comenzar. Cambiaba su atuendo una y otra vez, recogía su cabello y lo soltaba de pronto. No recordaba lo que era estar con alguien en cita. No quería pensar en lo que diría, ni en lo que sentiría al estar cerca de otra persona.
La hora había llegado y la espera había terminado, estaba frente a él por primera vez. Su mente se confundía al querer guardar su aroma, o su voz o su rostro. Quería mantener los detalles para cuando estuviera a solas. Pero la charla de aquella figura masculina, la mantenía dispersa, imaginaba cada detalle de los lugares y características de las personas que eran descritas por ese nuevo extraño. Un extraño interesante.
Mientras los pájaros se posaban en las ramas de los grandes árboles de aquella plaza central, sus cantos revoloteaban entre sus oídos y por momentos, Julia levantaba los ojos, para tratar de ver dónde se escondían, y qué tipo de especie era. De pronto, los brazos fuertes de Alan la rodearon, hasta juntar sus pechos. La respiración de ambos era intensa. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que alguien no la sostenía de ese modo?, imposible recordar. Deseaba que ese desconocido la reconociera al instante y la supiera cómo es, no la soltara nunca.
En ese momento, recordó el sabor de su libertad, ¿dónde estaban sus nuevas expectativas?, ahora le parecían carentes de sentido. Al regreso a casa, sólo podían observarse algunas estrellas entre la negrura de la noche, la lentitud del auto le decía que Alan no deseaba llegar nunca. Le hacían reir sus conversaciones y se sentía cómoda, podía hacer bromas y sus pulmones se llenaban de oxígeno nuevamente.
La noche había terminado; se bajó del auto y él le abrió la puerta de manera delicada. Sus ojos la observaron fijamente, momentos después la tomó entre sus brazos y la besó. Sus labios tocaron los de Julia y sus dientes mordieron de manera suave y delicada el labio inferior de ella. Una exhalación por parte de Julia, la dejó sin aliento. El deseo había llegado a los umbrales de su cuerpo olvidado. Después de unos minutos de un beso delicado y ardiente se retiró:
- Tengo que entrar- murmuró Julia.
- Nos vemos bebé- dijo Alan.
Ay por Dios, ¿dónde estaba Julia guardada?, se preguntaba una y otra vez.
Pasaron unos días y los mensajes seguían tan tiernos como al principio, Julia por su parte, estaba ansiosa de verle. Ya no se guardaría las ganas de besar y tocar. Estaba cansada de las esperas y el recato. Estaba dispuesta a reconocerse como mujer y sentirse renovada.
Llegado el día de su siguiente visita, Julia lo invitaría a pasar a casa. Se había preparado para él. Estaba nerviosa, las piernas le temblaban y los dientes no dejaban que las palabras salieran de su boca con normalidad. Abría y cerraba la mandíbula frente al espejo, mientras planchaba su cabello negro.
Unos golpes en la puerta, hicieron que su corazón latiera con una fuerza dominante. Sabía que si dejaba pasar a aquel hombre, sus deseos no se quedarían estáticos. Ya no.
Al abrir la puerta, la voz de Alan inundó su entorno, y sin pensarlo; al ver extendidos los brazos de él, soltó su cuerpo y lo abrazó. Se besaron intensamente, como si hubieran tenido toda una vida esperándose uno al otro. Eran besos contenidos entre suspiros y respiros llenos de deseo. Y por esta vez, a Julia ya no le importó. Era libre por primera vez en viente años, de sentir.
Las manos de Alan recorrían su cuerpo, y Julia sólo lo permitía. El vestido corto, color verde seco se levantaba poco a poco. Las medias negras que cubrían sus piernas, hacían de aquel momento, más seductor cada vez. Con voz suave, Julia hizo una pausa.
- ¿Subimos?
Alan, la miró fijamente y respondió:
- ¿A tu recámara?
- Sí-, contestó segura de lo que deseaba.
Mientras subía las escaleras, la mano de Alan sobre la suya, le daba mayor calidez a los segundos. No hubo palabras.
En la recámara, el silencio y la media luz de la lámpara de pié iluminaban cada uno de los detalles de sus cuerpos. Lentamente Alan bajó el cierre del vestido de Julia y lo quitó apaciblemente. La recostó con suavidad sobre la frazada color gris y la besó con calma. Julia no dejaba de temblar; sentía frío y calor al mismo tiempo. No sabía si reír o sólo mantener sus ojos cerrados y dejar que todo sucediera. Ya no le preocupaba si su cuerpo era de alguna o de otro manera, si tenía miedo algunos segundos atrás. Sólo sentía. Todo ocurrió como en un sueño. Podía abrir los ojos mientras la mirada de Alan recorría su cuerpo desnudo. Había alguien frente a ella con los ojos abiertos.
Los minutos transcurrieron entre el sudor y las sonrisas entre aquellos dos seres. Mordía sus labios y era feliz. El cansancio los venció y el placer los dejó sin palabras. Se recostaron uno al lado del otro. Alan sobre el lado izquierdo de su cuerpo y Julia boca abajo, mirando fijamente a Alan.
Con ternura, Alan, comenzó a tocar el hombro de Julia, con caricias dulces; llevando su mano hacia la parte interna de sus muslos.
- Qué bien se sentía aquello- pensó Julia.
La curiosidad de tocar la piel apiñonada de Alan, levantó de pronto la mano izquierda de Julia y comenzó a reconocer los fuertes brazos de él. Eran tan tersa aquella sensación, que la hizo cerrar los ojos y guardar para ella aquel recuerdo. Caminó sus dedos hasta sus ásperos nudillos; cómo amaba en un hombre ese tipo de manos. Y él las tenía. Sus cuerpos se recorrían entre ellos y sus miradas ansiosas penetraban los ojos del otro, una y otra vez.
Después de varias horas de aquel encuentro, la madrugada había llegado. Julia tomó su suéter gris favorito y cubrió su desnudez, mientras Alan se vestía mirándola fijamente. El tiempo había terminado y, él partió, la dejó con un suave e intenso beso.
Cuando se Alan se fue, ella subió entre nubes a su habitación, se recostó y suspiró una y otra vez el perfume que había quedado en sus almohadas.
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