Mientras miran los querubines

Para Julia de 42 años, estaba siendo difícil la adaptación de esta  nueva vida. Las salidas que tenía con frecuencia de manera autómata por las ciudades que visitaba le habían dejado las piernas cansadas de llanto y las manos llenas de ausencia. Por primera vez en su existencia estaba aprendiendo a soltar a Enrique, lo dejaba olvidado en las tazas de capuchino que tomaba y en los recuerdos que olvidaba. Estaba decidida a dejarlo sentado en la acera del centro de aquella ciudad, colgado entre las ramas de los viejos pirules de las plazas llenas de canto y candor. Y poco a poco, se quedaba una porción de él en cualquier parte.
Julia había abierto la ventana a lo indiscutible, lo inevitable. Una nueva vida, extraños en sus atardeceres y sus noches. Todo poco a poco estaba quedando atrás.
Miguel apareció una mañana de invierno. En los primeros días de enero. Su jovialidad y virilidad levantaron los vestidos de Julia para recordarle que ella era suficiente. Que era capaz de despertar en alguien tan hermosamente idílico, sensaciones inesperadas. Miguel es Él, no había podido colocarle un nombre. Es tanto, que Julia no tenía la más remota idea de qué tipo de personaje ocuparía en esta historia. No le podía dar un nombre cualquiera a semejante hombre.
Durante noches enteras, Julia había levantado la mirada de manera ingenua hacia el cielo y solicitado un personaje con tantas características que sentía que si no apuraba su petición, aparecería una segunda estrella y rompería el hechizo de la primera. Repetía cada noche la misma petición. Y nuevamente olvidó un detalle, preciso.
El punto que se le había escapado entre líneas a Julia, era que estuviera en la misma ciudad que ella. Miguel, vivía en la ciudad ideal para Julia, donde la vida se prolonga a altas horas de la noche, donde hay tantos museos y lugares interesantes por conocer como días de la año. Ese hombre, estaba llenando los días y las noches de Julia hasta desbordarse. No tenía idea qué responder en muchas ocasiones a sus mensajes, así que sólo sonreía. Los saludos en italiano, la hacía remontarse a otra historia y a otra vida. Tan lejana como etérea.
Miguel, entonces; es un personaje salido de una película clásica, de los fines de medievo. Alto con cabello largo, rizado y rubio oscuro. Con piel clara y ojos aceitunados, sus cejas definidas y delineadas; daban un toque de perfección a su rostro. había estudiado varias maestrías, era músico; tocaba varios instrumentos, entre ellos su favorito, el piano. Hablaba el idioma inglés, francés, italiano, entre otros. Sus composiciones musicales y sus videos de viajes, lo hacían más atractivo y lejano a la vez.
Anhelaba conocerlo y realizar todos los planes que juntos se texteaban:
- Deseo caminar a tu lado, abrazarte mientras duermes, besarte en cuanto te vea por primera vez.- Y así, cada uno de sus mensajes estaban llenos de ansiedad por Julia.
¿Qué había sucedido en este Universo?, ¿por qué un hombre tan seductor y joven estaba contemplando la posibilidad de verle algún día?
Julia no tenía idea de lo que acontecería después de verle por primera vez. Sólo podía estar segura de una cosa, ese encuentro no podía demorar mucho en suceder, y en cuanto ocurriera, tendría que dejarle ir para siempre.
Se acercaba el cumpleaños de Jana y era buen pretexto para realizar las dos visitas a la vez. Estaba resuelta a pasar el fin de semana con aquel hombre de tono errático como ella. Una vez que los planes estaban hechos. Lo demás era cosa de llevarlo a cabo.
Se verían en la explanada de Bellas Artes, aquella, que alguna vez vio pasear a Julia y Enrique enamorados. Excelente ocasión para difuminar aquel recuerdo también. Y los siguientes tres días pasarían día y noche juntos. ¿De qué manera?, Julia no sabría los resultados a tal encuentro, totalmente aventurado.
Era un nublado viernes de enero, en el que tomó el autobús de media tarde. Llevaba consigo un obsequio en una pequeña bolsa color púrpura, y su regalo más preciado, ella misma; su tiempo, sus miedos, su necesidad de un espacio en el tiempo para ellos. Todo era para él. Sin darse cuenta que en realidad se estaba regalando aquella oportunidad para ella misma. Se fugaba para vivir un lugar alterno a su realidad, un respiro a su rutina y un sueño para contar. Nada sería para Miguel, todo aquéllo sería para la Julia que estaba siendo rescatada por ella misma.
Las horas pasaron lentas en el asiento del autobús, las montañas y los árboles dibujaron paisajes sólo para ella. No quería apresurar las cosas en aquella travesía. Los mensajes inesperados de Miguel, le parecían tan excitantes, como la sola idea de verle. Disfrutaba de cada minuto. De la llegada a la ciudad, de frotarse las manos en el lavamanos público, subir al metrobús y escuchar ópera y, su pieza favorita: "Flower Duet". Todo era para ella un regalo de la vida, y así, deseaba guardarlo en su memoria.
Al llegar a Bellas Artes, la noche la estaba esperando; la multitud tomaba fotografías de aquella maravillosa construcción, las tonalidades violetas y rosadas de los espectaculares, daban la sensación de irrealidad. Julia se sentó frente al edificio y esperó, mientras observaba el frontispicio con su figuras femeninas en los costados y en la parte superior, bajo la cornisa curvada, nueve querubines retozando sonrientes. 

Julia complacida por los detalles del momento, dejaba que el tiempo pasara como quisiera, sin perseguirlo. Después de varios minutos, el momento había llegado. Miguel, texteó que estaba por llegar en breve. La respiración de Julia permanecía en calma. Confirmó el lugar.
- Estoy frente a Bellas Artes, amor, cerca de un organillero.- Mensajeó Julia.
- ¿Con un mono, amor?- Escribió en tono de chiste.
Julia, logró vislumbrar aquella figura pasajera. Apresurada, dispersa. Con un abrigo hasta las rodillas, con el cabello despeinado y sus lentes que lo hacían parecer perfecto. Llevaba una pashmina al cuello y un libro en francés en su mano izquierda. Julia, había decidido esperar sentada, a que él la encontrara; durante muchos años tenía la firme idea de que los hombres debían llegar y luchar por ella. Pero en ese preciso instante, cambió su modelo por otro; Se levantó y echó a andar las ruedas de su maleta rosada, se colocó en el hombro izquierdo su bolso negro y lo encontró. Sin saber, bien qué diría.
- ¡Hola!- Sonrió Julia, con seguridad.
- ¡Hola, amor!- respondió sorprendido y agitado Miguel.
Y sus bocas se acercaron por primera vez. La calidez de sus labios, se quedó por varios minutos, como si se reconocieran, hasta en los mínimos movimientos.

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