Ligero recuerdo
Los sueños parecen más reales cada vez para Julia, despierta últimamente con la sensación de estar en diferentes lugares y... en ocasiones, cerca de personas que no sabe si aún piensan en lo que pasó algún día.
Al despertar por la madrugada, abre sus grandes ojos negros, observa el gran ventanal que deja en sombras su habitación. La cortina traslúcida color arena se encuentra en un dilema; o hace que Julia perciba la oscuridad o deja que la vida entre entre el trío de cortinas sin sujetador diurno.
Julia sabe que es tarde, el cansancio de las largas jornadas de trabajo de 14 horas, la dejan exhausta. Sabe también que no sólo es tarde aquella mañana, siente en su pecho que quizá siga siendo tarde para muchas cosas, incluso sintió que era tarde para ella misma durante muchos años. Cuando ella dejó a Braulio en aquel verano, sabia que la vida le había olvidado en la sala de espera de aquél frío hospital; estaba segura que no tendría más oportunidades de volver a sonreír, que su espacio personal se había frenado tanto tiempo, que ni el mismo espíritu sabría que hacer si volviera a ella todo aquello que dejó atrás.
Se acomoda las ganas y levanta su fuerte mirada; musita un susurro que le sale desde adentro y agradece estar viva. Muchas ocasiones, en más de las que ella quisiera, recuerda cómo logró ensordecer la depresión que la llevó al fondo, que la hizo empaparse de fango y perder la cordura de sí misma. Pero al mismo tiempo sabe que si no hubiera visto de frente la ausencia de sí y la misma muerte entre sus nudillos; no sería capaz de mirarse al espejo y ver la trascendencia en su reflejo.
Sostiene su cuerpo medio desnudo, entre la delicada bata de fino satín color negro; anuda las cintas y se mira en el espejo ovalado. Espejo que la ha acompañado desde que calzó unas botas en tono café, que la llevaron a viajar con Enrique a aquella ciudad; pero esos recuerdos se perdieron en el brillo que ha perdido el marco oval.
Se observa y sonríe, se sabe importante para ella y para él. Comienza a recorrer la habitación, mientras el crujir de la duela bajo sus pies, da aviso que ya es hora de retomar la existencia, dejando la noche atrás de la mano con los sueños. Porque los sueños, son sólo éso, sueños absurdos y se deben quedar anidados entre los cojines de múltiples colores y almohadas que callan sus memorias.
Busca entre sus ropas seleccionadas por colores, aquello que le haga sentir que todo estará bien. Reconoce entre sus pensamientos que la ropa no es capaz de darle la seguridad que aún busca en su pasado, sin embargo, quizá sea un fantasmagórico aliciente. Encuentra entre sus pashminas una de personalidad singular, sobre la que ha escrito en otras ocasiones, aquella que es una réplica de la que se fue en el contenedor de basura hace más de doce años. Es entonces, una de color azul marino, que revuelve entre sus entrañas en lugar de diminutos corazones color menta, círculos del mismo tono.
Ha querido varias veces dejar en el olvido ese accesorio, pero lo deja dentro de sus secretos como un recordatorio de lo que no debe volver a ser jamás.
Es sólo ese ligero recuerdo que cuelga de un pequeño gancho, el que sostiene una historia guardada que ni siquiera es el original que le podría traer a la realidad; pero ella lo contiene como un trofeo de la batalla que libró consigo misma entre la penumbra y aunque salió devastada, su interior se escapó de perderse en Enrique nuevamente.
Cierra de manera abrupta el espacio donde se encuentra aquel objeto y sigue con su vida, con la nueva vida que la existencia le regaló.
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