Sobre la alfombra
El trabajo segundo comienza, casi, en cuanto Julia entra a su hogar. El consultorio depositado al fondo de esa casa colonial, se vislumbra a través de un pasillo fresco.
El calor sofocante de la carretera y el sórdido paisaje, deja el pecho con destellos color plata de hada húmedo. Quisiera poderse escapar a tirarse en la hierba de algún lugar lejano. Pero no, está parada; cargada con su portafolio plata, también, lleno de pendientes; tratando de encontrar las llaves que le permitan acceder a la soledad. Abre acalorada y ordena sus cosas en su lugar. Retira los lentes de Sol sobre la mesa de mármol negra y blanca madera. Las flores que posan sobre la pecera han brotado desnudas; dejando su fuerte olor por todo el ambiente vacío. Los colgantes tejidos finamente que penden del techo en forma de esferas irregulares, tratan inútilmente de llenar el cubo que ilumina la casa.
Los pasos solitarios de Julia le avisan que las horas subsecuentes serán más silenciosas a medida que el Sol baje, en este triste otoño.
Suspira antes de que la cocina la deslumbre con los blancos azulejos acomodados delante de ella, el hambre es ausente en la soledad. Preferiría sólo tumbarse en el sillón desbordado con cojines grises y azul profundo; sin embargo, deberá comer, sólo porque su jornada empezará en poco y la alcanzará la noche, ya la noche vieja.
Nunca pensó que el llegar a la ciudad natal, después de su ausencia de más de ocho años, le recibiría la soledad, la ausencia, las noches eternas, dónde el único sitio donde se siente segura ha sido la alfombra marrón. Cuando se siente perdida y las lágrimas la ahogan, baja sus ligeras almohadas y el edredón finamente acolchado color blanco; el ritual para su acomodo parece el de la golondrina acomodando un nido; sólo que en este nido, sólo mora ella.
La Julia segura de día y solitaria de noche, aquella que me llama para detener el tiempo entre nuestras manos para poder reservar algo más de cordura. Dormir en aquel sitio le reconforta el alma. Sólo ella sabe cuántas veces su cerebro le recuerda que ese es su sitio. El lugar de una mala persona, un espacio para quien no merece descansar dignamente y a la vez, donde parece ser el refugio de todo. Si no es ya el refugio Enrique, que lo sea el suave relleno, el algodón de sus fundas y la lejanía del techo.
Dónde ha quedado ella?, No recuerdo si ni siquiera habla, si sus suspiros son tan diminutos, si los movimientos son tan pocos.
El aire de las lavandas sopla para recordar que ya es hora, hemos de ser la que sube las escaleras y recuerda a través de tantas historias.
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