Abrazar tu sombra


La vida no ha parado. Julia desearía tener la certeza de muchas cosas para poder tomar una decisión adecuada o más bien, muchas. Su tranquilidad se ha visto ensombrecida en los últimos meses. La necesidad oculta de salir de donde un día se sintió atrapada ha rebasado sus límites físicos. Lo logros que ha obtenido a raíz de la depresión de hace más de diez años, han sido enormes. Ella misma no dimensiona su alcance. Se ha desbordado por seguir.
Hoy no ha sido la excepción, sentada en su silla giratoria color rosa pastel contempla lo que debiera dejar para siempre en el olvido. Esas manos alargadas tocándose la cara en la sesión de las nueve treinta le han revuelto el estómago. ¿Cuántas veces observó este mismo gesto de desesperación en Enrique? No lo sabe. La sesión pareciera que tiene prisa y concluye con una sonrisa parecida a la de aquel hombre lejano.
Julia necesita hablar consigo y decide continuar en su refugio, al marcharse el paciente que le recordó diminutos detalles, regresa. El humificador libera esencia de frambuesa que Julia elige siempre en la misma tienda de esencias naturales orgánicas, ellas le hacen sentir "ella" en un espacio que la envuelve al ritmo de música zen que se sostiene sobre el viento ligero. 
Ha decidido recostarse en posición fetal en el sillón semicubierto por una frasada rosada. Este es un regalo para ella, tener unos minutos para soñar. Y no es que ese sueño le pudiera parecer alcanzable. Sólo quiere cierre para sí,  de lo que ya tiene un fin desde hace muchos, muchos años.
Ni siquiera sabe en realidad lo que busca, cierra sus ojos y siente su respiración profunda.

En ese momento suena el timbre, se abre la puerta principal. Es Enrique.
Julia sostiene la mirada en sus ojos, ha deseado este momento por muchos años;  de pronto sale una Julia que no reconoce y sin pensar se acerca intempestivamente y abraza con fuerza aquel cuerpo.  Encapsula el tiempo y suelta los años en los brazos de él. Cierra la puerta y avanzan hacia el consultorio en silencio. Los pasos de ambos suenan nerviosos, la brisa que entra por la puerta de la cocina refresca la temperatura de sus pensamientos mientras avanzan hacia la incertidumbre.
Enrique observa cuidadoso los detalles de la casa de Julia, los helechos colgantes, la sala a media luz, los azulejos brillantes de la cocina reflejan la panera de cristal que se posa sobre el mueble que esconde los utencilios de cocina. Las cortinas de gasa vuelan mientras el viento las entusiasma aquella tarde. Mientras suben al consultorio, el corazón de Enrique se acelera y la respiración de Julia se hace profunda para mantener la cordura. 
Los pensamientos van y vienen entre su largo cabello negro que se agita con la amenaza de lluvia. ¿Qué dirá después de todo? ¿Quién empezará la conversación civilizada dentro de aquella vorágine de emociones, recuerdos y desencuentros de tantos, tantos años?
La conversación comienza con trivialidades, sin querer realmente llegar al punto que los tiene por primera vez reunidos desde hace tanto. La decoración, los colores, el viento, las nubes; son temas que rodean lo imprescindible.  Pero nunca ellos. Desean esconderse tras los cojines que reposan  sobre el sillón. Julia anhela que la conversación la lleve por fin a enterrar en alguna parte del Universo aquella historia que la tiene inconforme y con incertidumbre de tantas cosas. Sabe que aún, si pregunta lo que necesita, las respuestas no serán las suficientes para ella, que lo que salga de la boca de Enrique no le llenará los vacíos que pretendió durante tantos años llenar con escritura a través mío. Que su voz no llenará los huecos que dejó al irse. Y que si sigue con ello, las emociones la llevarán a lo insostenible; las ganas de saber y verlo más.
Así entre los segundos que asoma el reloj dorado de pared, el instante se suspende, todo se detiene y Julia decide abrir sus ojos negros. La posición fetal en la que estaba le había dado la seguridad que cualquier cosa que aconteciera en su mente y en su alma no le podría hacer daño alguno. Observa cuidadosamente las sombras y suspira profundamente para ser valiente y dejar ir aquella evocación que jamás será realidad. Su imaginación no es suficiente para completar su historia, tejer en su corazón ideales siguen sin llevarle a ningún lado. Por éso corta con esas sombras, ese abrazo, ese viento; los deja en la irrealidad donde nunca más deben volver ni siquiera a existir. 
Si tan sólo pudiesen ser amigos y hablar de todo y nada, quizá, sólo tal vez; todo en esta vida sea la  última ocasión en que surja su encuentro. Si tan sólo todo fuera diferente.

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