Labios rotos
Los latidos del corazón de Julia eran cada vez más acelerados aquella noche de octubre.
Cómo iba a pensar aquella mañana en la que se estaba preparando para comenzar a trabajar en su consultorio en punto de las ocho de la mañana que ésto iba a suceder.
La mañana de aquel sábado transcurrió apacible con tintes de agotamiento por parte de Julia. La falda que le dejaba asomar sus rodillas cubiertas de medias color negro, dejaba pasar el frío a sus piernas. La chamarra de piel cubría el delgado suéter color rosa que arropaba a Julia por dentro. La pashmina en cambio de sujetaba a su cuello desnudo y las sutiles flores del diseño de la misma, le acariciaban sin aviso los senos.
El cabello suelto, planchado y rebasando su cintura estaba helado.
A penas tuvo tiempo de tomar algo para mantenerse en pie hasta pasadas las seis y treinta de la tarde.
El marchar de los segundos se portó inestable, aquella tarde llegaban por ráfagas hormigueo en sus piernas y ganas imperantes de correr y llorar.
No lo hizo, hasta que había terminado con la última paciente que visita a domicilio. Subió a su camioneta y mientras avanzaba por las frescas calles... Comenzó todo. Lloró y sin saber porqué. Se siente desesperada, invisible.
Deseaba sólo refugiarse en su casa y no salir más de ahí. Sin embargo, aquel viejecito sabio (como ella le llama), la empujó a acomodar su cabello, sacudir su tristeza y salir de ahí. Habían pasado una horas desde que estuvo caminando por la ciudad, cuando de pronto, recordó que en aquel bar que se rodeaba de unos árboles muy estilizados, tocaban la música que quizá, pudiera levantar su ánimo. Sin saber, lo que vendría
La música se escuchó y vibro en todo su ser, las notas de viejas canciones se paseaban disfrazadas de nostalgia. Unos recuerdos que dejan de lado a todos los personajes de estas historias. Afortunadamente sólo eran recuerdos para ella misma, de ella, de nosotras. Qué bien se siente así.
Entre toda la gente, algunas miradas se paseaban furtivas y la observaban; pero una persona en particular, comenzó a ponerla nerviosa. El cabello largo sujetado con una coleta alta, la barba y los ojos tímidos, se acompañan de su vestuario negro y jeans azules. Vientiocho años quizá?
No rebasaba los treinta años de edad aquel hombre atractivo. Entre el humo de la noche y las voces lo notó observándola. Pasado un rato tuvo la necesidad de retirarse después de haber bebido un par de cervezas claras. Las escaleras que estaban al fondo del bar crujían bajo sus pies, sintió sobre su cuerpo una mirada penetrante. Aquel hombre la miraba sin tiento.
Julia se sintió desconcertada, a sus cuarenta y siete años y una vida nada fácil sobre ella y él la observaba profundamente. Subió más de prisa y su pecho se detenía.
Logró mojar sus manos y cara para olvidar aquel incidente, para poder regresar a su mesa y sólo pensar en ella. Sin embargo, al empezar a descender por las escaleras, él estaba por subir y, detuvo su marcha, se quedó en el descanso a que ella bajara. Julia se congeló y sus miradas se conectaron inmediatamente. La falta de costumbre de ser interesante para un hombre tan joven la paralizó; bajó lo más tranquila que pudo.
La sonrisa de él la detuvo dos escalones antes de llegar a él. Julia comenzó a respirar rápidamente al estar frente a frente, él la saludó:
- Hola
- dijo con seguridad.
Ella no supo que hacer en el momento y sólo pido responderle:
- Hola-, con una sonrisa a medias y continuó bajando.
Al llegar a su mesa, trató de recuperar el aliento. Centro su atención en la banda, en sus vestuarios roqueros, en sus melenas, en la ventana enrejada que dejaba ver las densas gotas de lluvia. Todo intento fui inútil.
Al llegar él a su mesa, siendo la contigua a la de ella. Siguió la noche y con ella el ego de Julia que crecía y crecía. En sus pensamientos se repetían las ideas de duda:
- Qué tanto me ve este hombre? - mientras disfrutaba su sexi mirada.
No entendía, ese día lo más atrevido quizá era su cabello suelto y la minifalda entallada, de lo demás, no dejaba asomar su cuerpo por el frío.
Se centró en disfrutarlo, disfrutarse "hermosa", libre por una horas de todo
Al pasar el tiempo, la noche empezó a consumir su energía deseaba ir a dormir, pero antes debía subir nuevamente. No podría esperar. No creyó que el atrevimiento de él fuera lejos. Ordenó la cuenta y subió dejando de lado todo para recuperar su lugar en su mundo. Detrás de ella, no lo dudó y él la siguió.
Ilógicamente comenzó a asustarse, ha tenido muchos encuentros raros en su vida, de hombres que le dirigen la palabra para coquetear o seducirla. Sin embargo, no de esa forma.
Entró al lavamanos y esperó agitada. Murmuró para ella:
- Por favor Dios que se vaya-, no paraba de repetir.
Pasados unos minutos, salió. Abrió la puerta de cristal y ahí estaba él, frente a ella. No había forma de escapar de ese momento.
Instante seguido, el habló suavemente:
- Te asusté - pronunció con su voz grave.
- Un poco - Julia respondió, sin ser capaz de esconder su sorpresa.
El acercó su mano izquierda a la derecha de ella y la rozó suavemente. Julia suspiró y detuvo su respiración. Sintió un frío que le llegó desde la cabeza hasta los pies.
- Desde que te vi me gustaste demasiado - le dijo descaradamente.
Julia permaneció callada, incrédula.
- Dame tu número, pero primero; cómo te llamas- siguió endulzando los oídos de Julia.
Al instante Julia respondió, estaba acostumbrada a hacerlo cuando personas interesadas en su trabajo le preguntaban.
Inmediatamente él, tecleó en su móvil.
Ella por su cuenta desapareció, dejó un billete sin ver la cuenta con calma y salió de ahí.
Subió a su camioneta y comenzó a reírse nerviosamente. Qué estaba pasando en la vida. No tenía idea. Tampoco se detendría en pensar en ello por mucho tiempo. Sólo disfrutaría lo que le dejó.
La certeza de que está viva y es más visible de lo que pensaba. Y así está bien.
Avanzó hasta su casa y al estacionarse, llegó un mensaje.
- Hola, espero no asustarte de nuevo -
Acto seguido, Julia bloqueó el contacto. No necesita éso en su vida. Cerró sus ojos negros y respiró.
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