Saturno
Los días son cortos para ambas, con tanto trabajo, parece que el Sol entra y sale con descaro, sin embargo, cuando un paciente llega a faltar, todos se descompone. El segundero pasa lentamente. La sensación de soledad nos sume en los jarrones de las escaleras llenos de raíces de monsteras verdes. Nos ahoga y nos deja enredadas sin poder ver más allá.
Salir a la calle es una tarea titánica, así que ambas nos aliamos y nos quedamos suspendidas en el tiempo. Los ruidos de esa casa construida hace algunos siglos y remodelada hace más de seis décadas nos acompañan. Hemos decidido ni siquiera encender las luces de la sala, sólo permanece una lámpara de pie prendida toda noche. En cuanto comienza a descender el Sol, se enciende. No nos apetece ver tanto vacío, deseamos tener energía para hacer proyectos que tenemos pendientes, empero, preferimos sentarnos en las escaleras, así sin hablarnos. Nos hemos dicho tantas cosas, que no tenemos nada nuevo. El frío de la noche hace que cobijemos nuestras piernas con el largo suéter color nude.
Tenemos las ganas de que nuestro sueño sea realidad, deseamos levantar nuestros brazos y comenzar a volar lejos, cada vez más lejos.
Entre el trabajo matutino y los cincuenta y tres pacientes en agenda, la vida no deja espacio para ser nosotras. Hemos olvidado qué nos gusta, qué se siente estar en la calle un día entre semana sin hacer nada, qué es tomar un café solo nosotras, qué es caminar por la calzada. No lo recordamos.
El viento sopla frío y suave, mientras suena una canción que hubiéramos deseado olvidar. Saturno.
El timbre de la entrada suena, ha llegado el siguiente paciente.
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