En la espuma
Los días se hacen cada vez más cortos, las lluvias no han cesado. El frío ha llegado por las noches, ha sido necesario cerrar las ventanas de la alcoba. Los helechos del jardín se mojan y caen las gotas en cascada.
Julia tiene insomnio. Braulio está por irse lejos, definitivamente y ella no tiene derecho a sentirse triste por ello. No logra identificar qué siente. Sólo sabe que desde el día que se enteró de su partida, ha llorado; se siente desolada, con miedo. Con un no sabe qué en el pecho, en la garganta.
Ha llorado como niña abandonada, desde el vientre; se le rasga la garganta y ha quedado afónica en varias ocasiones. Su gripe duró treinta y dos días. Cómo explicar a los demás lo que siente, si ni ella misma sabe qué le pasa. El dolor es profundo y la gente lo nota.
Se va, al día de hoy faltan sólo veintitrés días y horas para su partida. Se va por tierra con su historia y parte de la de ella. Lleva en la guantera de la camioneta sus sueños de una familia, las ganas de quedarse con él el resto de la vida, los minutos y las horas que pasaron juntos como amigos, como compañeros de vida, como fantasmas dentro de un mismo hogar. Quizá durante el viaje deje todo ese equipaje de sobra en alguna playa del desierto de Sonora.
Julia teme decirle que así lo haga, que se detenga una tarde de verano, antes de llegar a su destino. Tome todo aquello y la deje sobre la arena caliente, para que todas esas memorias que nunca se consolidaron y que otras se esfumaron, se arrastren lastimosas por el calor del Sol y logren ahogarse en el azul del mar. Se las lleve la espuma y con ese sólo acto; se evapore la tristeza que le ha dejado su adiós.
Comentarios
Publicar un comentario