En las frías playas
Tres días dormida.
El vuelo se había retrasado, el equipaje había sido ligero, más ligero que el dolor de Julia. Había llegado la hora de terminar con Enrique. La fecha de caducidad estaba sobre la mesa y ella no tenía nada más que agregar. Ella misma, en su locura, en su delirio lo decidió, como fecha límite, el mismo día y mes el amor de su vida le dio como plazo para decirle a su esposa que lo suyo se terminaría.
Ahora, después de tantos años; comprendemos ambas que no había sido necesario presionar desde el principio, quizá sólo tomar sus cosas y marcharse. Pero no fue así aquella historia.
La brisa del mar había hecho dar dos intentos de aterrizaje al avión que recientemente había salido de madrugada y debía llegar a la ciudad de Tijuana. Ella y sus dos hijas menores arribaron al aeropuerto, cansadas. Braulio le había pedido a Julia que las enviara de vacaciones, sin embargo, ella decidió viajar con ellas. Cuando llegaron a los brazos de su padre, Julia sintió un alivio que tenía meses sin sentir. Ya no estaba sola.
Es una crueldad decir, que por lo menos con aquel hombre podría tener un poco de calma por unos días.
Braulio había rentado una casa color blanco, con decoración mediterránea y cortinas de gasa blanca. Julia se recostó sobre la cama de edredón de manta en tonos crudos. Sostuvo por uno momento su móvil y se quedó dormida.
Al despertar, después de varias horas, se había hecho de noche y sus hijas descansaban en una litera en la pieza contigua. Revisó su móvil nuevamente y descubrió que Enrique había mandado un mensaje de texto:
- Dónde estás?
A lo cuál, Braulio respondió mientras ella dormía:
- Déjala en paz, mientras están aquí
Julia se conmocionó, sin embargo, sabía que podría descansar sin peligro de que algo les faltara a sus hijas, y, así lo hizo. Los siguientes tres días durmió, era imposible que algo la mantuviera despierta; afortunadamente, porque si hubiera tenido fuerzas, se hubiese sumergido en las frías aguas de aquellas playas vírgenes y no salido jamás. Sólo era capaz de sostener su cuerpo para probar poco alimento y sonreír un poco a sus hijas.
Al término de su evación de la realidad, se sentó frente al mar con una frazada tejida a mano, que envolvía su frágil cuerpo. Braulio, se sentó junto a ella y le preguntó sobre Enrique. A lo que únicamente pudo responder Julia:
-Se ha terminado
Las lágrimas salieron sin preguntar y el viento le sostuvo por minutos y cabello y el recuerdo.
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