Ser ellas tantas veces
Los colores de las tardes que pasábamos juntos diseñaron extrañas formas en el cielo,muchas veces no se alcanzaba a percibir si llovería o simplemente la brisa fresca dibujaría un arcoiris sobre las montañas que rodean la ciudad. Las nubes se regocijaban libres; ah, como quise ser ellas tantas veces.
En las tardes frescas de verano, paseábamos por la ciudad, nuestros pasos recorrieron las canteras rosas y nuestras voces y conversaciones, se quedaron suspendidas entre los árboles. Si ellos hubieran puesto atención a nuestras frases, se hubieran dado cuenta que aquella relación no era el ensueño que pretendía.
Enrique era para mí, todo. Mi pequeña autoestima insistió en que los malos tratos eran parte del amor. Mis palabras siempre estaban llenas de ternura para referirme a Enrique, a lo que Julia Eskarra recibía como respuesta comentarios infestados de sarcasmo; siempre había una burla para las muestras de amor. Poco a poco la agresión verbal y psicológica fue en aumento. Enrique tenía opinión hasta en mi forma de vestir, hablar, caminar, gustos; en fín.
Mi esencia se mimetizó con la de Enrique, durante la adolescencia; llegue a adoptar la música que él escuchaba como propia, mi atuendo diario, parecía salido de su guardarropa y no del mío, y ni pensar en usar maquillaje o hacerme la manicura, éso no le gustaba a él.
Qué pasaba por mi cabeza?, le permití construirme como él necesitaba para manejar mis pensamientos y acciones.
Me perdí en él; dejé amistades, si salía, era sólo en su compañía. Julia Eskarra se convirtió sólo en una copia borrosa de Enrique. No reconocía ni un ápice de mis pensamientos como propios, no recordaba cómo era ser yo misma, qué se sentía opinar y decir libremente mis ideas. Julia Eskarra estaba desaparecida, había huido por creer que lo que era antes de Enrique no era suficiente para vivir.
Algunos rasguños y moretones se escondían entre la ropa; es extraño lo que sucede con los golpes, da más pena recibirlos y callarlos, que propinarlos. Ahora sólo quedan algunas cicatrices en mi piel; los ladrillos de la barda vecina que rasgaron mi rodilla cuando Enrique me empujó contra ella, dejaron huella para siempre.
Pensé que habías cambiado, verte de nuevo después de tantos años fue como ver sólo lo que quería ver en ti y en mí, mis recuerdos disfrazaron en mi memoria lo sucedido. No recordaba muchos detalles de nuestra historia; había logrado curar las heridas y dejarlas atrás, las tinieblas permitían que sólo algunas memorias quedaran flotantes en el tiempo. No estaba segura porqué me costó tanto olvidarte y tantos años perdonarte; hasta que poco a poco, durante los meses siguientes a nuestro recién encuentro, aparecieron los destellos de las pesadillas de aquellos años.
Pero la luz aparece, aún cuando menos lo pensamos. Muestra nuestra desnudez, las necesidades que nos hacen llegar a lo más bajo y permitir lo más humillante y secreto. La realidad iluminada duele más que las heladas sombras.
Escribir sobre ésto y no saber por dónde comenzar sin parecerme estúpida, es un proceso de largo transitar, para poder aceptar que sólo así era como pudo haber pasado. Vivir con la idea de que no hay cambio de historia, que ésa fui yo, así sin más.
Comentarios
Publicar un comentario