Las frases se escapan
Después de los eventos sucedidos en la familia, las cosas, por sí mismas se fueron poniendo en su lugar. Ya pocos comentaban, a veces algunos discrepaban en sus opiniones sobre lo que Julia Eskarra había hecho a su corta edad. El paso de los días, el trascurrir de los meses, dio un respiro a mi vida.
Trataba de seguir, aún cuando el recuerdo y las sombras caminaran conmigo; las dejé acompañarme a clases, interferir en mis pensamientos. Al fin y al cabo eran mías.
La popularidad en la escuela no era conocida, ver pasar a las amigas con chicos pendientes de ellas; me hacía pensar que quizá no era como ellas, por lo que callaba. El amor se había quedado en pausa, mis ilusiones guardadas para alguien que pudiera amar.
Aquella tarde llovía, parecía que las nubes habían juntados sus ánimos más trastornados y los dejaban caer sobre la ciudad. A mí, me encantaba, me reconfortaba ver caer las gotas regordetas en las aceras de las calles y pensaba que esas mismas gotas mojaban al que un día llegaría a mi vida.
La gente dice que cada persona llega a tu vida a enseñarte algo; tú llegaste a enseñarme muchas cosas. Aún no sé cómo llamarte en esta líneas, no sé cómo definirte dentro de lo que vivimos. Estás compuesto de tantos tintes, que unos se destiñen bajo las gotas de lluvia y otros brillan cuando el Sol te ilumina.
Han pasado 27 años desde aquel encuentro que tuvimos por primera vez y parece que siguen las imágenes en ese espacio. Llovía, llovía tanto que las voces de los alumnos de la escuela no se escuchaban. Estaba sentada en la banca de los laboratorios cuando llegaste. Mojado, agitado, pero seguro de lo que dirías; te presentaste como si supieras que te esperaba sin saberlo. Enrique dijiste llamarte; en ese momento no distinguía la forma de tus cabellos negros, tus ojos tiernos me observaban interesado cuando dije mi nombre. Mentiría si dijera de qué hablamos, mis recuerdos sólo permiten evocar sensaciones, colores, aromas; pero las frases se escapan mientras pasan los años.
El olor a tierra mojada y a tu perfume, dejaba una estela de luz cada vez que cerraba los ojos. Y de pronto, después de un silencio largo, tocaste mi cabeza por la nuca, deslizando tus dedos entre mi lacio y negro cabello. Me acercaste a ti y me besaste. Qué sabor extraño el de tus labios, la sal corría por las gotas de lluvia que bajaban por tu rostro; tratando de enfriar aquellos besos silenciosos.
Había despertado Enrique a la mujer que pretendía mantenerse alejada del anhelo de más cosquillas por el cuerpo, de ilusiones nuevas, de una historia más cercana a los parámetros de la sociedad. Ah, que alejada de todo eso es esta historia.
Un amor ardiente, doloroso, visceral y con segunda parte; no era lo que buscaba, pero llegó y lo recibí, participé como soy. Con todo lo controvertida que es el alma de Julia Eskarra, tierna, promiscua, perversa, buena.
Comentarios
Publicar un comentario