Siluetas


Los días han pasado tan lentos y silenciosos, sólo puedo recordar las campanas de la Iglesia vecina; tan huecas, tan secas. Los labios no han podido pronunciar lo que calla la razón, sumida en la perdición del pecado latente y doloroso. Nacer en una familia con creencias tan marcadas, dejan de lado la posibilidad de cometer errores, de verlos como algo natural y como parte de un crecimiento. Así, se quedan tatuados los pecados en lo más profundo de la consciencia y se vive con ellos, y, se muere con ellos.
Es caminar como en un sueño, sólo con la toalla enrollada en el cuerpo, a la vista de todos y que nadie lo note. Sentía que mi mirada podría dejar asomar a los demás a mi interior y ver a quién erróneamente amaba. Ese amor infantil llegó a la adolescencia, donde las dudas crecen y los deseos se hacen cada vez más profundos. Ese personaje cálido se volvió más cercano conforme avanzaban los años; y, en las vacaciones, era la ocasión ideal para ver germinar más ilusiones.
El frío invierno anida con gracia la calidez navideña y con ella, su llegada a la ciudad. Las reuniones familiares eran una bendición. Su voz cada vez más gruesa erizaba mi piel cada vez que pronunciaba mi nombre. Tenía entonces once años y muchos secretos. Y éste, se convirtió en el primero de los más dolorosos y apetecibles de mis inmaduros recuerdos.
Caminábamos juntos por el callejón oscuro y silencioso, mi pecho parecía una estampida de latidos y mi boca sellada por no poder decir cuánto lo amaba. Sólo así, nuestro andar se escuchaba en la penumbra y nuestro cálido aliento salía por nuestras bocas. Hasta que de pronto, se detuvo, me tomó de la mano. Mi cabeza daba vueltas y sin pronunciar palabra alguna me sostuvo por un momento y me besó.
Un árbol descuidado y viejo observaba la escena que mi mente y mi alma quería capturar por toda la eternidad. Un primer beso, de alguien que sientes amar, es tan definitivo,  tan dulce. Ese primer beso mantenía tibias las ilusiones de un primer amor, de un amor impuro.
Las siluetas se quedaron fijas en la neblina de la fría noche y ahí las memorias más tiernas.
Cerrar los ojos, ha sido un hábito que aprendí desde entonces; donde detesto que me hablen, porque en mi fantasía, pasan las mejores escenas de una historia fantasmal. Y así sucedía cada vez; donde él no era nada mío, donde no estábamos, donde estábamos, donde yo decidía qué pasaba, donde no eran siluetas en la neblina.
Posterior a ese invierno todo cambió, Julia Eskarra, se tornó en un amor correspondido en mi fantasía y en una realidad invernal. Doloroso comenzar al amor y al deseo, donde nadie puede saber, donde seguirá siendo un secreto.

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