Aniversario
Sábado en la mañana, después de una cruda emocional, como la que llevaba conmigo, me sentía terrible; el dolor de cabeza no me dejaba pensar. Aquella mañana habíamos quedado de vernos con una amiga en su casa. Braulio se quedó en casa, por una razón que no recuerdo, ya que siempre andábamos juntos.
Mientras manejaba por el libramiento de la ciudad, sólo podía escuchar la radio y pensar en el día anterior, los recuerdos me hacían perder la noción de tiempo; y entonces, sonó mi teléfono. Era Enrique, preguntando dónde estaba. Mis nervios se enredaron, contesté rápidamente, él estaba cerca de mi camino. Me citó a unas calles de ahí.
Al momento que me bajé del auto y entré a la farmacia donde nos veríamos, el tiempo, se detuvo. Su saludo, un tanto frío, dejaba que mis palabras fluyeran con trivialidades. Hablamos poco, como si fuera aquello un encuentro casual. Salí de ahí queriendo que se quedaran las cosas como si no hubiera sido nada. Aunque las sensaciones de felicidad por verlo chocaban con el olor a mi familia en el auto. Manejé pensando en él. Sus ojos habían dejado en mi corazón una inestabilidad y emoción, que me hicieron sentir invencible.
Al día siguiente, sería el décimo segundo aniversario de bodas de Braulio y mío. Siempre celebrábamos de alguna manera. En esa ocasión, habíamos decidido ir al lago que amábamos. Aquél, que había visto crecer nuestro amor desde el principio; cuando no había sombras ni secretos.
Así lo hicimos, desde temprano preparamos las cosas, como si no pasara nada. Subimos una frazada, ropa abrigadora, unas chamarras para los cuatro y una vianda, llena de uvas, algunos bocadillos y una botella de tinto que teníamos reservada para la ocasión. Nuestras hijas estaban contentas por la salida; siempre hemos disfrutado viajar en carretera, aún cuando no exista pretexto alguno para el viaje.
La tarde transcurrió como no debía, me sentía irritable, molesta e incómoda ante las risas y la felicidad de mis hijas. Los cálidos abrazos de Braulio me parecían incriminadores, me hacían sentir tan baja; cómo perdí tantos momentos valiosos, por quien no dio nada.
Braulio notaba algo diferente en mí, nunca he sido tan callada y ausente, y ese día no podía pronunciar palabra; no puedo recordar el motivo de nuestra discusión aquella soleada tarde. Sólo recuerdo que las lágrimas que caían por mi rostro estaban llenas de culpa y rabia conmigo. El Sol, parecía lejano e indolente. Tomamos aquella foto, donde los cuatro parecíamos como siempre, sólo posé aquella tarde; Julia Eskarra no era la misma.
Los ojos hinchados de llanto me dolían. Quería ser la de antes, recordar como se sentía no pensar en Enrique, como vivir sin pensar en él. Aquellos años sin su sombra habían sido magníficos. Mi vida era plena y feliz. En qué momento la dejé sobre la mesa.
Llegamos a casa, cansados. Braulio molesto e inconforme, yo callada y triste. No era el día que habíamos planeado en meses. Entramos entre risas de nuestras hijas y pasos callados de nosotros. La casa estaba en penumbras y sólo quería perder la razón aquel día. Al acostarnos, Braulio, callado me abrazó por la espalda, como lo hacía a menudo y así nos quedamos, en silencio y sin dormir, hasta el amanecer, hasta que nos venció el cansancio. Los ruidos de la calle eran más fuertes en la recámara que afuera, haciendo que nuestra respiración se difuminara entre los coches y las notas del saxofón del vecino. Así avanzó la noche. Así terminó aquel día.
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