Sola

La vida es del tono del que decidas pintarla, tan bella como quieras decorarla; a veces la paciencia, el amor, la esperanza o la paz se tornan insuficientes, son escasas. Dejamos que los tonos de gris abran su gama, difuminándose entre cada uno de los días, y, sin darnos cuenta los meses ya han pasado, y nuestra vida ha marchado sin color. 
Así se empezaron a teñir mis días, fantasmales; donde el tiempo parecía lento y asfixiante. Braulio cada día más molesto se aferraba a mí, y yo, lo iba soltando poco a poco. Siempre hemos sido muy buenos amigos y excelente equipo, independientemente de nuestra relación de pareja salimos a flote cuando la familia está en riesgo. Sin embargo, en esos momentos, lo que menos quería yo, era sentirme cerca de él; tenía la ilusión de que la vida cerca a Enrique sería mejor, tendría la opción de sentirme más amada y valorada; qué lejos de la realidad.
Las discusiones cotidianas nos llevaron a la partida de Braulio, salió de casa con una pequeña maleta, y arrancó el coche, se había ido, una maleta de 12 años juntos. Mis hijas no comprendían lo sucedido y yo, tampoco. Dentro de mí, sabía que era un completo error, a penas había cruzado la puerta y ya sentía su ausencia. Me escudaba en la posición de no poder estar con él, amando a otro. Mi estrecho sentido la verdad ya no podía más. Braulio había descubierto todo y yo le confesé que mi amor por él se había terminado.
Nuestra hermosa casa, sonaba vacía y sola, mis hijas estaban tristes; Braulio siempre ha sido un buen padre y un buen esposo. Qué estaba pasándome?
Al principio todo parecía más tranquilo, la casa estaba sin gritos y pleitos; lo extrañaba. Comenzó la rutina extraña de los fines de semana sola; los viernes, Brauilio recogía a las niñas en casa y las llevaba al lugar donde se estaba hospedando. Tenía los viernes para mí, ya no tenía que poner pretextos para poder escaparme con Enrique; y al momento de estar escribiendo este episodio de mi vida, sólo quiero vomitar, aún no me perdono.
Pasaba por mi en la tarde y nos dirigíamos a otra parte, antes de eso, mis tiempos eran cortos, ahora, los suyos eran más restringidos. Recuerdo una ocasión, cuando estábamos tranquilos, yo no quería regresar a casa;  ahí sólo había ecos,estaba sola; y Enrique tenía que volver temprano. Me preguntó si me bañaría, a lo que respondí con una negativa; no podía responder verbalmente, la ira crecía. Sólo me vestí, y lo único que deseaba era volver a casa, regresar corriendo y bañarme, quitarme de encima su olor y quedar limpia. Regresamos a la ciudad, la noche había llegado: Caminé regreso a casa, tan rápido como podía, anhelaba refugiarme en mi cama y llorar, gritar y maldecirlo, odiarlo. Al abrir la puerta el llanto no me dejaba tomar aire, quité mis ropas lo más rápido que pude y lloré, grité de dolor, de coraje. Al secarme, toqué cada gota, pensando cómo podría regresar mi vida al principio y entonces, sonó el timbre. Era Enrique, subió conmigo y me cuestionó por mi actitud. En serio era tan incomprensible?
Como un viento fuerte, como aquel que no te deja ni respirar, me llegó la idea, de que yo dejaba todo, todo y él seguía con su vida normal. La rabia creció dentro de mí. Mis fines de semana los pasaba totalmente sola, limpiaba con obsesión cada rincón de la casa, y cuando terminaba, me tumbaba en la cama a ver pasar los días, sola, sin Brauilio, sin mis hijas y sin Enrique. Comía poco, si recordaba hacerlo, la depresión crecía a cada segundo marcado por el reloj. Y cuando Braulio llegaba con las niñas los domingos, observaba con tristeza mi lamentable estado. Los ojos hinchados de llorar, la casa impecable y mi abatimiento. Antes de dejarnos solas nuevamente, me preparaba de comer y me lo llevaba a la cama, me alimentaba como a un animal herido, sin pronunciar palabras, esperaba a que terminara y me abrazaba; era inevitable no llorar y desmoronarme.
Ahora es inevitable no llorar, estoy en la oficina, con mi melodía favorita que desagarra el alma "Damascus". Mi alma se llena de culpa y de asco, de desesperación del tiempo y la energía perdida. Llorar por algo sucedido hace tanto, el dolor no se ha ido; me duele Julia vana, Julia perdida, Julia sola, Julia desvanecida, Julia deprimida. Estaba hecha trizas.
Así pasaron varios fines de semana. Sola.
Enrique justificaba sus acciones, diciendo mil pretextos, me juraba que no tenía vida de pareja con su esposa, lo cual, al principio, yo creía. Con el paso de los días mi rabia contenida en lo que yo creía que debía ser a la par, dejaba en tinieblas mi conciencia y empecé a actuar errática y dudaba de cada palabra que Enrique pronunciaba. Con frecuencia le hacía preguntas capciosas para corroborar lo que muy dentro de mí sabía, y era que su vida seguía tan normal, como el primer día. 
Las ilusiones iban poco a poco dejadas sobre la arena, y ya fuera que el ardiente Sol las extinguiera o que las intempestivas olas se las llevaran. Dentro de mí perecía ese Sol, esas olas, la espuma y la tempestad. Me sentía revuelta e inestable. Ahí sentada. observando como todo se lo llevaba el mar, mi mar.

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