Queriendo ser hoja y viento

La imagen aparece a través de mi memoria un poco nítida, manchada por el tiempo, parece que de las esquinas se está desapareciendo; hay imágenes que no se borran ni se olvidan y otras, que parece que jamás se escaparán, y de pronto, cuando menos lo espero, ya se han ido, desvanecidas.
Aquella tarde habíamos pensado encontrarnos en un lugar diferente, alejado de los sitios habituales donde nos habíamos encontrado días atrás. Mi caminata hacia aquél parque había sido agitada, tenía el tiempo sobre mis hombros; no quería llegar tarde. Con poco aliento saludé a Enrique, dejé que juzgara mi falta de condición y enfoqué mi atención en el sonido de la cascada que caía a mi costado derecho, entre las grandes rocas. El sonido y la frescura del agua, me dejó idealizar aquel momento. Así como lo hice con muchos otros. He dejado que aquellos momentos retocados con el pincel de mis vacíos, parezcan mejor de lo que fueron; entrando por mis sentidos de manera distorsionada, para después sentir que me hacen tanta falta.

Nos pusimos en marcha, caminamos cuesta arriba, mientras las ondas de aire seco corrían entre mis dedos, los sentía cálidos, deseaba que fueran sus manos las que calentaran mis manos; pero estábamos frente a los árboles y sus hojas desvergonzadas, cayendo por las diminutas rocas del sendero, nos observaban, las ramas crecidas sin orden, y los insectos gritaban nuestro recorrido. No fue capaz de tomar mi mano ni un instante. Nuestros pasos se posaron en un descanso del camino, de ahí, podíamos observar los diversos tonos de café que dibujaban los pasadizos de aquél parque; desde ahí observamos lo nuestro, nuestra nada, que nos dejó sin palabras. Nos quedamos mudos y dejamos que el viento soplara, para ver si se llevaba o  nos traía un bienestar completo. Después de unos minutos, me miró. Detrás de sus anteojos, sus pequeños ojos de tono café, vieron a los míos. Un frío recorrió mi cuerpo; la ligera sudadera color mostaza dejaba entrar el viento y me estremecí. Con su mano izquierda tocó mi cabello y me besó. Duró poco y el aire que formaba el remolino de polvo y hojas, se llevó ese beso. De pronto, estaba entre sus brazos, como cuando éramos jóvenes, así guardados en una cápsula de tiempo.  Nos quedamos callados; yo queriendo ser hoja y viento, agua y rocas y él, él, no sé.

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