Los ecos de la nostalgia
Confundir el enamoramiento con el amor, es a menudo un error que desgarra y que nubla la vista. Perder los cimientos por una ilusión intangible que jamás llegará es quizá un dolor constante del que no se tiene consciencia, sino hasta que se logra emerger de él. Lo días parecían tan nítidos y a veces tan turbios que me desconcertaba y me iba enloqueciendo poco a poco.
Se llegaron las vacaciones de invierno, y con ellas el frío y la soledad de la infidelidad. Braulio estaba cansado de mí y yo de él, así que decidió partir con una de mis hijas a su tierra natal; a dos mil ochocientos kilómetros al norte del país. Dejándonos a mi hija mayor y a mí en casa, con los ecos de la nostalgia que se reía de mí por los rincones. Los días se hacían largos y difíciles. Enrique, cada vez tendría más pretextos de evitar verme; era natural que su familia le demandara atención, y como era de esperarse se fue de la ciudad por días. Todo aquello me hizo ver que las cosas no estaban donde yo merecía. Tener el lugar de la otra es un estatus para el que nunca me había preparado. Me parecía denigrante, esperar a que me pudiera marcar por teléfono a escondidas de su familia.
Las noche se hicieron largas y los días pesados. Cuánto hubiera querido viajar con Braulio como lo hubiéramos hecho en una etapa normal, más no lo era. El precio a pagar estaba siendo muy alto y mi espíritu se estaba agotando.
La Navidad resultó extraña; desde siempre habíamos estado juntos para estas fechas, los cuatro. Con nuestras hijas en nuestros brazos, como la familia feliz que éramos, unidos desde el principio; y ahora separados por un absurdo.
Extrañaba a mi hija, me hacía falta acariciar su cabello castaño claro y sentir el abrazo cálido de Braulio al sonar las doce de la noche. Ese día no hubo abrazo, sólo nostalgia y cierta satisfacción de que algún día podría estar con Enrique.
A mi familia le quedaba claro que esto estaba por disolverse y que no había mucho que esperar de lo que estaba sucediendo. Enrique por su cuenta, estaba en su vida familiar habitual; y eso me lastimaba con sólo recordarlo. Estaba molesta por no estar donde debería, por desear lo que estaba segura que no sucedería.
Al regreso de mi familia a la ciudad, la rutina anterior seguía. Braulio venía en fín de semana y a Enrique lo veía los viernes. Mi trabajo parecía sostener mi atención en la realidad para no perder por completo la cabeza.
Un sábado, sucedió algo inesperado; Braulio nos llevó a surtir algunas cosas de la casa, durante el trayecto, justo al atravesar una avenida muy transitada, una camioneta nos dio el paso, sin embargo, el coche que venía del lado derecho no se detuvo. El impacto a nuestro auto familiar fue grave. Braulio y yo, volteamos de inmediato a ver a nuestras hija. Ellas entre llanto se tocaban para revisarse como primer instinto. En pocos minutos llegaron los servicios de auxilio, nos subieron a las ambulancias y nos trasladaron al hospital.
Todos estábamos en estado de shock, después de revisiones y radiografías, por fortuna las lesiones fueron mínimas, todos, a excepción de mi hija menor tuvimos esguinces en las cervicales. Nerviosos y agradecidos porque estábamos a salvo Braulio nos abrazó a las tres. Mis padres nos recogieron y llevaron a casa. Braulio se quedó por varios días con nosotras. el teléfono no dejaba de llamar mi atención. Enrique quería saber todos los detalles del accidente y sobre todo, qué hacía ahí Braulio. Qué hacía en casa?, es su casa, su familia. Me agobiaba, sólo necesitaba descansar y sentir que había un poco de lo amado conmigo. Por las noches, dormía conmigo, algunas de ellas, me abrazaba a media noche por la espalda y me sentía en paz.
Mi cuerpo y mi mente estaba sacudida y estaba cansada de lidiar con todo aquello, sólo deseaba dormir y olvidar lo que había sucedido. Durante varias noches seguidas, mi sueño se hizo más ligero que de costumbre, y entre las sombras me asomaba para observarlas dormir y pedirles perdón por no saber más de mí.
Aquel suceso hizo un hueco profundo en ese telaraña que incertidumbre y soledad; y con el paso de los días dejaba asomar un poco, algunos rayos de luz.
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