Pashmina
Sobre mi cama posaba una negrura teñida con unas pequeñísimas estrellas color azul plúmbago; era mi nueva pashmina; reposaba y caía suavemente haciendo pequeños pliegues entre estrellas. Quería tocarla, deseaba tocarla, poder olerla y evocar el aroma de Enrique, pero él no estaba ahí.
La noche anterior, parecía especial; me había llevado un regalo a la habitación. Un sobre de tamaño mediano, hecho de papel de color negro, con las iniciales de la tienda donde recién lo había comprado, estampadas en el frente. Lo tomé entre mis manos ansiosas y aún cuando por naturaleza soy curiosa, hubiera querido dejar así cerrado el sobre. Pero Enrique insistió:
- No lo vas a abrir?, te traje una sorpresa- pronunció impaciente.
Aún cuando su insistencia me estremecía, pude recordar los regalos que me hizo en la adolescencia y en su mayoría no eran de mi gusto, eran del suyo. Temía abrir aquella sorpresa y no poder fingir tanto como en la adolescencia por recibir algo que no me encantaría.
Recordé uno en particular, un anillo de plata, con una piedra mate ovalada color azul; como el azul de las estrellas de la pashmina; con unas líneas sin orden que pasaban por toda la piedra, como si hubieran girado rápidamente reuniendo una y otra curva de color verde esmeralda. La piedra estaba circundada por un borde ligero de plata, al rededor estaban agrupados más círculos, uno sobre otro, de alambre de plata; dando al anillo un estilo más refinado. Ese anillo, aunque, nunca he usado mucho anillos, sí me gustaba. Era un anillo particularmente estorboso por las dimensiones que tenía; obviamente no había sido hecho por una mujer, se atoraba en casi todas las prendas de ropa y no dejaba mucha libertad de movimiento a mi dedo anular; pero aún así me gustaba. Si bien, en aquella época no era tiempo para tener un anillo de compromiso, a mí me lo parecía. Yo lo tenía como un compromiso grande, tan grande y rebuscado como lo era aquel anillo.
Después de que me terminó, ese y los demás regalos, terminaron en el bote de la basura.
No quería que aquel regalo tuviera el mismo destino, amaría sus pocos obsequios y los resguardaría de mi ira contenida en un día funesto, para que no tuvieran el mismo fin que los obsequios de mi adolescencia.
Enrique seguía insistiendo:
-Ábrelo!
Cuando por fin, regresé a aquella habitación, lo abrí, me pareció encontrarme con el mismo Universo, las constelaciones estaban contenidas y, al abrirlo, gritaron al unisono, con voces espaciales, dulces notas de amor; la tomé entre mis manos y la sentí, suave. La estreché contra mi pecho y la idealicé, le puse nombre y guardé su aroma; la acerqué a mi rostro y olió a espacio, olía a Enrique.
Al verla sobre mi cama, ahí tendida, quería estar yo también. Impregnada de su aroma y bailando en el espacio. El idealizar a alguien es como vivir una película romántica, una y otra vez; y cuando ves al ser idealizado o vives el momento soñado y no resulta como lo habías evocado; es posible que regreses al búnker al recoger los pedazos y abrazarlos fuertemente contra ti. Eso era para mí, aquella pashmina, un búnker.
La usaba el mayor tiempo posible, para poder mimetizarme con ella y perderme en ella, si las cosas no marchaban bien.
Tal como fue la noche del obsequio. Enrique tenía un poco de prisa por devolverme a casa. Y yo, sólo deseaba no llegar pronto. La igualdad de circunstancias era la discusión eterna, para aquellos días. Camino a casa, se detuvo en la carretera, cerca de unas casas construidas en lo alto de una pequeña colina. Subió la colina y se detuvo, me bajé inconforme, con la pashmina puesta en mi cuello. Sus tontas y tantas explicaciones no me tranquilizaban y mi paciencia se iba agotanto poco a poco, pensé por milésima vez, dejarlo, no seguir más con aquella locura. En medio de estrellas y negrura, se colapsaría aquella farsa; y caminé. Me puse en marcha lo más a prisa que podía, sin pensar cómo regresaría a casa, en medio de la noche y en la carretera. Apuré mi paso, mientras Enrique se quedaba sin movimiento, esperando que volviera; aún no me conoce.
Después de varios segundos, observó que no tendría miedo de nada y corrió por mí, me sujetó fuertemente, hasta calmarme. Y me dijo:
- Jamás había corrido tras alguien.
Sólo que yo no soy alguien, soy yo, soy Julia Eskarra. Y por mí, no sólo debió haber corrido, debió haber mirado aquel día, junto conmigo, la negrura de la pashmina sobre mi cama y perdernos los dos en las estrellas. Brincar y trotar sobre ellas, tomados de las manos y no volver. Oler su perfume en el aire hasta sofocarnos y reír, reírnos juntos. Porque yo no soy solamente "alguien" soy Julia Eskarra, y yo lo amé.
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