Anoche
Ha amanecido nuevamente, anoche sólo me cayó una copa de un viejo vino guardado, para una ocasión especial. Anoche fue esa ocasión especial. Entre el humo del cigarro, los sorbos de la razón me los pasaba de golpe. Mis hábitos están tan distorsionados como mi cordura. En las noches necesito beber algo y fumar, fumo como si, de pronto el humo pudiera levantar mis tristezas y las dejara lejos de mi alma. Sin darme cuenta que las toxinas que entraron en el primer golpe, ennegrecen cada vez más mi ser.
Anoche, estaba abatida, sentada en mi refugio, donde puedo llorar y desgarrar mi garganta hasta las entrañas. Ahí, me quedé por un buen rato. Sollozando después de la desesperación. Le había marcado aquella tarde a Enrique. Necesitaba verlo. Pero su respuesta fue corta, ya no era la hermosa que fui algún día. Parecía hastiado de mí, contestaba de golpe y malhumorado. Brevemente me decía que no podía ir a casa; mientras yo le suplicaba vernos, contestaba que "él sí tenía cosas que hacer". El teléfono no daba señales de vida y la música que salía de la diminuta bocina, me vaciaba las lágrimas de los ojos, como largos torrentes de inevitable soledad.
La copa, mantenía frío aquel vino de una celebración inexistente. Una celebración al desamor. Quería irme, aquella casona de tres pisos y baldosas frescas parecía una prisión interminable.
Aquella noche, cerré los ojos y sentí el viento. Me paré en una silla de madera, pintada de colores vivos y batí mis brazos, los alcé al cielo y supliqué paz. Abrí mis manos, una y otra vez, como si fueran a caer de las estrellas, pequeñas chispas de lo que más anhelaba mi existir. De pronto, junté mis manos, entrelacé los dedos y mi llanto se silenció. Me di cuenta que estaba conmigo, sola, en aquel espacio grande y oscuro; iluminado solamente por una raquítica luz de vela. toque mis manos y conservé la calma por un instante. Me reconocí, estaba ahí, con el único recurso que contaba aquella noche, con Julia Eskarra.
Así, abrí los ojos y lloré aún más. Busqué rápidamente una canción en mi teléfono que escuchaba de niña. Y de pronto, estaba cantando, entre lágrimas, soledad y copas:
- Todo es mío,
todo es mío,
las estrellas y las aguas de los ríos,
es mío el aire y es mío el Sol
y todo es mío, porque es alegre mi corazón!
Y mi garganta se cerró en llanto. Mi corazón no es alegre. Sólo tengo lo que no puedo tener entre mis manos, no tengo a Enrique. Y callé. Me senté por segunda vez a un costado de la silla multicolor, recargué mis brazos ahí, y lloré en silencio.
Amaneció, así, sin sonido; sólo amaneció. Y no hay más remedio que poner un pié fuera de la cama. Puse aquel álbum de música moderna, que aún cuando lo escucho me revuelve la memoria y decidí vivir un día más.
Comentarios
Publicar un comentario