Una y otra vez
Ser fuerte no siempre es cuestión de tomar la espada, el escudo y cabalgar hacia la incertidumbre de las batallas a enfrentar. A veces se trata de colocar sobre la mesa algunas herramientas empolvadas y alguno que otro artilugio para que el enemigo no vea las grietas de mi armadura. Julia Eskarra, muchas... innumerables veces, ha tomado decisiones erradas, transitado por caminos con peligros inminentes y aún así recorridos; no es un vicio, ni una manera de vivir, es, simplemente ensayo y error.
Así era aquella relación tormentosa. Enrique, estaba feliz, de poder tener la libertad que le brindaba la partida de Braulio. Las llamadas y mensajes podrían ir y venir sin problema para mí. Tenía en la palma de la mano lo que había pretendido desde hace meses. Julia, sin embargo, debía buscar el momento justo para acertar si Enrique estaba disponible o no. Si estaba cerca su mujer o si era momento propicio para decirle cuánto lo necesitaba.
Ser la otra, ese era mi papel ahora. Lo había decidido y, aún, cuando lo aceptaba. quería más. Buscaba que él hiciera el mismo sacrificio que había hecho yo. Que le rompiera el corazón a su pareja, tal como yo lo hice, que decidiera de una buena vez lo que en realidad quería. Pero, tal y como sucede en la mayoría de los casos, hay mil pretextos para no decir la verdad: que no existe, ni la mínima intensión de separación de su parte.
Y este tema, era una constante entre Enrique y Julia. Por mensaje o de frente, la pregunta era: ¿cuándo? y su respuesta, versaba en el "pronto". Sin embargo, seguía recibiendo llamadas mientas estaban juntos, contestando sus mensajes, en su blackberry; y el estómago de Julia se había añicos.
Julia no había tenido el don de la paciencia, le faltaba práctica; así que aquella respuesta le taladraba los oídos, le llenaba los vasos sanguíneos de ira y desesperación y le rasaban los ojos de lágrimas de impotencia. La pregunta de si la amaba, iba y venía, una y otra vez. Y la duda, de si había hecho lo correcto estaba latente. Y es que, en su interior, le recordaba que las noches no eran tan largas al lado de Braulio, que las risas de los cuatro eran lo que sostenía su lucidez, que las manos de Braulio siempre habían estado para sostenerla, aún cuando lo había olvidado. Su corazón apagaba y encendía una y otra vez la ilusión, con una luz tan tenue, que a penas, le daba tiempo de notar que estaba viva. Sobrevivía de milagro. En aquella casona, donde había hecho planes con Braulio, donde habría de levantar la empresa, ahora quedaban sólo recuerdos y planes al borde del fracaso.
Cuándo?, cuando no hay respuestas es mejor esquivar las preguntas, y Enrique esquivaba a cada segundo mi impaciencia.
Así era aquella relación tormentosa. Enrique, estaba feliz, de poder tener la libertad que le brindaba la partida de Braulio. Las llamadas y mensajes podrían ir y venir sin problema para mí. Tenía en la palma de la mano lo que había pretendido desde hace meses. Julia, sin embargo, debía buscar el momento justo para acertar si Enrique estaba disponible o no. Si estaba cerca su mujer o si era momento propicio para decirle cuánto lo necesitaba.
Ser la otra, ese era mi papel ahora. Lo había decidido y, aún, cuando lo aceptaba. quería más. Buscaba que él hiciera el mismo sacrificio que había hecho yo. Que le rompiera el corazón a su pareja, tal como yo lo hice, que decidiera de una buena vez lo que en realidad quería. Pero, tal y como sucede en la mayoría de los casos, hay mil pretextos para no decir la verdad: que no existe, ni la mínima intensión de separación de su parte.
Y este tema, era una constante entre Enrique y Julia. Por mensaje o de frente, la pregunta era: ¿cuándo? y su respuesta, versaba en el "pronto". Sin embargo, seguía recibiendo llamadas mientas estaban juntos, contestando sus mensajes, en su blackberry; y el estómago de Julia se había añicos.
Julia no había tenido el don de la paciencia, le faltaba práctica; así que aquella respuesta le taladraba los oídos, le llenaba los vasos sanguíneos de ira y desesperación y le rasaban los ojos de lágrimas de impotencia. La pregunta de si la amaba, iba y venía, una y otra vez. Y la duda, de si había hecho lo correcto estaba latente. Y es que, en su interior, le recordaba que las noches no eran tan largas al lado de Braulio, que las risas de los cuatro eran lo que sostenía su lucidez, que las manos de Braulio siempre habían estado para sostenerla, aún cuando lo había olvidado. Su corazón apagaba y encendía una y otra vez la ilusión, con una luz tan tenue, que a penas, le daba tiempo de notar que estaba viva. Sobrevivía de milagro. En aquella casona, donde había hecho planes con Braulio, donde habría de levantar la empresa, ahora quedaban sólo recuerdos y planes al borde del fracaso.
Cuándo?, cuando no hay respuestas es mejor esquivar las preguntas, y Enrique esquivaba a cada segundo mi impaciencia.
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