Paréntesis (primera parte)
Esta no es una historia que tenga que ver directamente con nadie. Afortunadamente, en alguna de las teclas de este dispositivo se han quedado incrustados como una morona de pan viejo y rancio; hasta el fondo. Perdidos e irreconocibles como cualquier pelusa de polvo. Tontos como minúsculas partículas de nada, perdidos y ausentes; porque esta es una pausa de aquella historia que aún no termina de quedarse en papel.
Hoy es un día que no reconozco dentro de ningún otro. Esta lloviendo afuera, el aire silva por los rincones de las ventanas y las gotas de lluvia se han vuelto locas de miedo. Las nubes no las toleran más y las expulsan todas juntas en un mismo tono a la vez. Las hacen chocar contra el pavimento y pocas logran aferrarse a las lavandas del camino a casa. Se caen de golpe y se quedan extrañadas entre ellas. Jamás se volverán a ver, quizá. Unas a penas se tocaron en el camino a la tierra y otras, sólo se vislumbraron entre sí, mientras caían sin remedio.
La verdad será guardada por el tiempo que cada quién necesite y pueda sostenerla, así como esas gotas retenidas en las nubes. Yo no pude. La verdad que dejé caer, ha chocado contra todo, pavimento, plantas y mis mejillas. No me gustan la caretas y decidí asomar la realidad ante la pena y la incertidumbre.
Veinte años han valido, aquellos caminos recorridos nos han llevado a muchos lugares y a muchas verdades. Y sobre todo, a una que no se puede guardar más. Estoy agotada, mis manos se han soltado y mis fuerzas se han dirigido a aferrarse a otros senderos. Durante muchos años, pensaba que valiente era quien resistía sin doblar las rodillas, sin sangrar los pies; que ahí estaba el valor del amor, el aprendizaje de la experiencia más extenuante y larga de mi vida. Debía resistir como quien se aferra a la nada, aún, cuando se ve que detrás del sacrificio no existo... ni yo.
Esperaba poder recorrer el camino con estoica decisión y fraternal amor. Dejé a Julia Eskarra en la banqueta esperando, con sus pasiones y amor desmedido. En ocasiones, me asomaba por la ventana y la observaba desesperada, me miraba con los ojos llorosos y las ganas entre sus manos. No pronunciaba palabra alguna, pero sus ojos lo decían todo. Tenía paciencia y sabía que en algún momento saldría a su encuentro. Le tocaría los cabellos y la abrazaría tan fuerte como mis fuerzas me lo permitieran.
Durante muchas noches, me escondía entre las sábanas y lloraba; ahogaba mi rabia en las almohadas y sofocaba mis recuerdos. Julia, caminaba de un lado a otro, afuera de la casa, se detenía en momentos y esperaba a que me asomara a verla. Me daba tranquilidad que no se cansara y permaneciera en espera. Sabía que un día, cuando tuviera valor, saldría sin pensarlo mucho y no la soltaría jamás. Siendo una de nuevo. Mientras eso sucedía, ella detenía su tiempo y yo me asfixiaba.
Julia, no te canses.
Una noche de verano, escuché por la ventana; algo inusual. Se escuchaban a penas unos pasos, agitados y con ritmo, golpeteaban la banqueta y las ramas de las lavandas sonaban al compás. Me asomé con sigilo, para darme cuenta que Julia bailaba, batía su vestido verde esmeralda, con sus largos brazos, mientras daba volteretas y brincaba. Era una danza conocida para mí. Estaba radiante y feliz, sus ojos ya no estaban llorosos. Sus largos cabellos volaban armoniosamente con ella. Me quedé quieta por unos minutos, disfrutando de su fulgor y de pronto, un choque en mi pecho sonó. Era el día, era el momento. Estaba preparada para salir a su encuentro.
Pocas palabras les dije a mis hijas y a Braulio; me iba. Me iría por un par de días al encuentro de mí misma. Estaba lista para tomarla de la mano y marcharnos juntas. Abrí la puerta de la casa, y la vi. Fresca y ligera, corrí a sus brazos y nos sostuvimos por largo rato; sin decir una palabra. Le tomé la mano y nos fuimos. Nos iríamos en la madrugada como dos locas fugitivas, a las que el mundo ya no puede parar.
Nos subimos juntas al autobús que esperaba sin prisa en el andén azul. Sonreíamos con complicidad, seguras de que ya no volveríamos a separarnos jamás. Ni Braulio, ni nadie podrá hacer que olvide cuánto la amo y la necesito. Ella contiene mi esencia y mi felicidad.
Hicimos nueve horas de viaje. Que nos parecieron nada. Sonreíamos como tontas y nos decíamos secretos de la noche, las estrellas y la música. Recordamos viejos momentos de amor y pasión; y seguíamos sonriendo. A penas dormimos aquella noche, nos hablábamos y el silencio llegaba, observábamos las estrellas y las lágrimas rodaban. No podíamos reconocer la causa de nuestro llanto, pero sí la de nuestra alegría. Éramos una de nuevo. Lo único que ella no sabía, es que yo tenía miedo aún, no estaba segura de lo que haría.
Amaneció en aquella nueva ciudad, y nos parecía que estábamos viviendo la gran aventura de nuestras vidas. Paseamos en metro, hasta llegar a un museo hermoso. Donde algún día saboreamos el placer del amor. Aquellos murales de la época de la Revolución nos parecían más bien de la época del Renacimiento,veíamos en los obreros reprimidos, querubines regordetes con ojos tiernos. Nos reímos sin parar, caminamos por las escaleras de mármol negro y no podíamos dejar de ver la cúpula de la monumental construcción, pedimos a los turistas nos tomaran tantas fotos como quisimos. Salimos plenas, auténticas y nuestras.
De nuevo nos subimos al metro, hasta llegar a una estación diferente, caminamos sin poder parar, el aire y el bullicio nos tenían calladas. Estábamos felices, nos sentíamos libres. Y aunque mi mente no lo asimilaba aún. Mi alma ya estaba convencida de que jamás volvería a dejar sola a Julia. La amaba y no podría permitir un minuto más sin ella.
Aquella tarde, mis cerebro se acomodaba y reconectaba con mi corazón. Estaba por ver a mi alma gemela. Había viajado todas esas horas, para escuchar lo que las tres sabíamos. Habíamos quedado con Jana que tendríamos una cita, y ese, era el día.
El aire, hacía sonar los letreros de la estación del metro Taxqueña y los vendedores gritaban, sin que les pudiésemos comprender una sola palabra. Caminaba de un lado a otro. Y no podía reconocer a Julia a mi lado. Sentía su respiro y su latir en nis venas. Ya no sería posible dejarla de nuevo fuera de casa. Era parte de mí otra vez. Que bien se sentía! Nos mimetizamos de nuevo, era Yo completa.
El claxon sonó y corrí al auto, Abracé con tanta fuerza a Jana que sentía que le rompería alguno de sus finos huesos. Jana es mi alma gemela en este planeta, sabe donde he dejado mi alma y en qué punto de mi existir la recuperé. Conoce a detalle cada una de mis historias e intentos de ser feliz. Identifica mi mirada y mi respirar justo antes de que rompa en llanto. Siempre ha estado ahí. Nos abrazamos una y otra vez, hasta que tuvo que avanzar. Queríamos platicar todo de golpe, habían pasado meses desde que platicamos de frente y no era posible resumir tanta historia en las pocas horas que tendríamos.
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