La magia acecha

Una ensoñación era aquella noche, las luces de los autos iluminaban las calles y la sonrisa de Miguel, iluminaba la existencia. Las pegasos de la explanada de Bellas Artes, deseaban en su interior bajar por nosotros y con los rayos poderosos de Zeus, llevarnos tan lejos como lo permitiera su magia. Pero  no era necesaria tanta mitología en el ambiente, en nuestros corazones, ya existía. Julia, la sentía, la observaba a través de las frases nerviosas de Miguel y flotando en el ambiente de aquella noche mítica.
Miguel, sostuvo de inmediato la maleta de Julia y ella por su parte le solicitó guardar su libro francés en el bolso. Como cuando dos viejos amantes se encuentran después de largo tiempo; pero siguen acoplándose en cuanto se descubren nuevamente. Conocer a alguien es sinónimo de dejar transcurrir el tiempo al lado de esa persona. Julia había permanecido durante veinte años junto al mismo hombre y nunca terminó de conocerlo realmente. Así que este desconocido, no le atemorizaba en lo más mínimo. No sería necesario que veinte años pasaran entre ellos para poder amarse en silencio a las pocas horas de conocerse en persona. Julia Eskarra estaba dispuesta a correr aquel inusual riesgo. Entregar su alma, su respiración, sus pensamientos, el placer y la idealización de cada uno de los segundos a su lado.
Partieron de manera presurosa por el mármol blanco  de la explanada, recorrieron el sendero que los conduciría a la estación más próxima al metro. Julia, comenzaba a sentir el latido de su corazón como un vertiginoso batallón de soldados al pié de una batalla certera. Sonaba agitada cuando respondía a la conversación de Miguel. Él por su parte hablaba de política, de la inexistencia de Dios; Julia sonreía, en tanto analizaba cada detalle de Él. Su manera de hablar, el movimiento de sus ojos y manos al discutir sobre algo que le apasionaba, su risa, sus labios.
Al llegar a la entrada de la estación, la dejó pasar y deslizó su tarjeta prepago para abordar. Transcurridas un par de estaciones, el bagón se llenó de gente, Miguel la acercó suavemente a su pecho y los dos colocaron sus manos en la maleta, rozándose, y sintiendo por primera vez el latir de sus corazones. Julia levantó la mirada y observó brevemente mientras Él la veía a través de sus gafas sonriendo. Las sonrisas se cruzaron y el silencio se hizo inminente; el calor de sus manos recorría dominantemente sus cuerpos.


Al llegar al lugar de destino, abandonaron juntos la estación, recorrieron algunas calles más y Miguel se detuvo cerca de un auto color rojo purpúreo, abrió el guardaequipaje y colocó la maleta rosada de Julia. Abrió la puerta del copiloto y ella subió, con más preguntas de las que tenía antes de su partida. Quería saber todo de aquel hombre, quería saborear todo suavemente. El motor permanecía detenido, y Él calló. Se tornó frente a ella y le acarició el cabello, susurrando:
- Amo tu cabello, me encanta-.
Su voz era tan seductora que instantaneamente Julia cerró sus grandes ojos y suspiró. Miguel, por su parte, siguió con el cortejo.
- ¿Te puedo besar?
- Sí.- Respondió Julia suavemente.
El momento fue sublime para ambos, en tanto sus bocas sin premura se tocaron. Las sensaciones de sus labios suaves y tibios, acompañados de toques ligeros de sus lenguas y un roce de sus incisivos sobre los labios de ella. Qué efecto tan extraordinario tenía en su torrente. La mano derecha de Miguel seguía recorriendo el cabello suelto de Julia, así como su oreja y cuello, su mano izquierda, tocaba ligeramente el brazo de ella, mientras bajaba para abrazarla por la cintura y acercarla lentamente a Él. Fue un beso largo e intermitente, detenido en breves espacios, en los que el rostro de Miguel se retiraba fracciones de segundo para abrir sus bellos ojos y observar a Julia. Las miradas se intercambiaban y se decían tantas cosas. 
- No puedo creer que estés aquí, amor- confesó la sorpresa a tal suceso; mientras tomó la mano izquierda de aquella desconocida y la besó suavemente. 
Julia, no podía recordar quién lo había hecho la última vez; ¿besar su mano?, ¿quién hace éso, en la actualidad?; y a su memoria, no llegaba nadie. Ese hombre vestido de romance, estaba pintando con acuarela dentro de los pensamientos de Julia Eskarra, la mejor versión del amor. De un amor fugaz; pero al final es amor, con todo la pasión y ternura de la que fuera capaz de colorear en su alma, aquel ser.
- Qué dicha tenerte aquí, gracias- Expresó tiernamente Miguel.
- Gracias por estar Miguel- A Julia,  le había parecido que aquel nombre tenía la fuerza varonil de que fuera capaz y repetir una y otra vez su nombre, lo hacía más presente en su memorable ensoñación.
- Espero que el flujo del tránsito haya bajado.
- No hay problema, lo importante es que estamos juntos; era lo que anhelábamos desde hace mucho, amor. - Afirmó Julia.
Mientras manejaba, Miguel seguía conversando con su penetrante voz; sobre ésto y aquello. Perecía una conversación de grandes amigos y amantes diurnos y nocturnos. Para fortuna de Julia, Miguel compartía la misma ideología política y perspectiva de vida en la mayoría de los aspectos; haciendo del transcurrir de los segundos y recorrer de las calles, más ligero.
La calle dividida por un camellón atestado de jacarandas reverdecidas y magestuosas, los condujo hacia la entrada del estacionamiento de los departamentos donde residía Miguel.
Bajaron del auto y caminaron hacia la entrada, una vez que subieron los cuatro pisos, con escalones de baldosas color marrón y pasamanos color marfil; se encontraron frente  a la puerta de madera. Él colocó la llave dentro de la cerradura de hierro. Al abrir la puerta, el ímpetu de ambos decidió esperar y comportarse de manera refinada. Y así, los deseos, permanecieron en espera, sólo por breves minutos.

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