El capítulo más largo

No se puede llegar a un final de una historia, cuando la historia misma se resiste a concluir. Se jalonea entre el pasado y el presente. Dejando a las orillas cualquier a la expectativa de abrir otras historias, posiblemente bellas o importantes. Llega con estoica entrada, deslumbrando los sentidos y revolviendo los recuerdos. No se tienen sensaciones más afables que estas que rondan por la mesa de este café cantina; donde Julia Eskarra escribe con frenesí, tratando de rescatar los detalles del día de hoy.
Qué locura ha sido, pareciera que los violines suenan entre las canteras, chocando con los arcos de los portales. Violines placenteros después de años de espera a respuestas, de espera a sonidos a carcajadas a paz. Julia no logra identificar lo que recorre su cuerpo. Ayer estaba tan plácidamente recostada sobre su cama, pensando en otras historias, en otras pasiones y de pronto, en menos de veinticuatro horas, los recuerdos están llegando para poder concluir con esto que no ha encontrado el momento justo para dejar atrás.
¿Pero en verdad se podrá dejar en el olvido lo que se ha amado por tanto tiempo?, ¿se puede perder en las ventanas de este café, en las lámparas colgantes de luz amarillenta con olor a viejo?. Julia no está segura. Quisiera traer al presente lo que tanto amó y también sabe que es momento de  traer más historias al presente que tiene tonos más nuevos y frescos.
El olor en el suéter negro de Julia, le recuerda que puede continuar su vida, que es posible que otras personas le amen igual o más que Enrique.
Aún huele al perfume de Alan, se quedó impregnado en el tejido de las horas y los abrazos frenéticos. Pero este olor, se reduce a una mínima parte de lo que Julia pretende tener presente en este momento. Quiere avivar la voz de Enrique, quiere traer consigo ese recuerdo y convertirlo sin permiso en algo real.
Se ha dado cuenta que Enrique tiene otra versión de la historia, que la misma Julia cuenta. Cuando él la lee, le comenta: que "así no fue la totalidad", que "hay otra parte donde interviene su vida, sus puntos de vista y sus sentimientos". Pero ésto, Julia no lo sabe; sin embargo,, hasta no conocer la otra parte, Julia seguirá contando sólo su versión.
Hace unos días Julia, había buscado a Enrique, como tantas veces, y la conversación era sólo de ida.
Pero el día de ayer hablaron por teléfono. Esta historia ya quedó grabada en otro apartado, así que hoy se escribirá sólo el evento donde se encontraron, después de tanto tiempo; hoy por primera vez en seis años y medio, sus ojos se volvieron a encontrar.
Enrique llamó por teléfono a Julia, en el mismo segundo en el que sonaba una canción, que ella había cantado amargamente durante años, tratando de justificar la necesidad de olvidarse de él.
- He renunciado a ti, definitivamente...- cantaba de manera recelosa de sus recuerdos y de una necesidad loca de no dejarle ir y dejarlo en el olvido por completo.
Enrique la invitó a su lugar de trabajo. Ubicado en un lugar lejano. Ella recorría las calles en su camioneta, trataba de manejar esos instantes de su vida, así como el nerviosismo y la escasa ubicación de las largas calles desconocidas. Sentía perderse entre los autos y los señalamientos de Enrique al teléfono. Sostenía la respiración entre sonrisas y palabras, para poder mantener la paz y llegar al encuentro con el amor de su vida.
Al llegar, bajó tranquilamente, portando sus gafas de sol y su bolso color negro. Era último día del año, y no se había vestido aún para la ocasión. Sus tenis blancos de agujetas largas, camiseta color lila y jeans, le vestían casualmente. El cabello suelto y la sonrisa al natural.
El saludo fue cordial y eterno, un abrazo largo, que llevaba entre sí seis años de espera ; un beso suave en las mejillas y una mirada profunda fue la recibida para ambos.
La invitó a pasar, el olor a maderas finas le paseaban por los recuerdos de su infancia. Se sentó en un banco de patas cortas y sin respaldo, diseñado y trabajado por aquellas manos de nudillos rugosos; justo como ella los recordaba.
Se miraron por largo rato y comenzó la conversación amistosa. Las miradas a escondidas uno del otro sonaban entre ellos, se podían escuchar los murmullos amorosos de los amantes que se escaparon entre sueños efímeros.
La charla versaba sobre la vida y la supervivencia, sobre cómo Enrique había pasado los años subsecuentes a su separación. Julia siempre pensó que sus años habían sido sobre algodones ; sin embargo, no parecía que todo le fuera maravilloso. Él por su parte, deleitaba el oído de ella diciéndole cómo la extrañó y sufrió su súbita partida.
Constantemente Enrique endulzaba  su oído, diciéndole cómo le gustaba su cabello, su rostro, sus manos. Ella, sólo podía observar a escondidas el cuello que tantas veces besó, sus labios y sus dientes que se sentían con furia sobre sus labios y sus pezones, cuando se amaban. Notaba como la esencia de su amor, flotaba inmensurablemente frente a ella, y mientras parpadeaba resguardada estos nuevos recuerdos que, pensó, que la harían sentir algo de nuevo.
Su mujer, de manera constante estaba al teléfono, esperando por él; en un poblando a tres horas de la ciudad; y era de esperarse la inquietud de ella, si estaba por concluir el año.
Se habló de cuánto amó cada uno, y de cómo el pesar de los años y el adiós hizo estragos. Cuántas veces fueron a buscarse; él a la nueva ciudad donde residía Julia y Julia a donde creía que aún vivía Enrique. Qué orgullo estúpido les corroe y envenenó sus torrentes, tanto tiempo, que si hubiera habido una ligera posibilidad de amarse hasta el fin, entre los dos, se encargaron juntos de extinguirla.
Después de cinco horas, millones de sensaciones y un amor imposible, el tiempo lo dovoró todo en un bocado, dejando sin tiempo a estas dos vidas paralelas. Se levantaron de aquel banco de madera fina, y un abrazo efímero la despedida apareció. Todo estaba listo para concluir por fin. Julia se subió a su auto y partió.
Un par de minutos después :
- ¿Sabes por dónde salir? Hablaba Enrique por el alta voz.
- Sí- mencionó Julia, - ¿cuídate sí?, te amo- dijo entre dientes, con la esperanza de que se perdiera la voz entre el sonido exterior.
Enrique por su parte, no respondió.
- Cuando a una persona le dicen que la aman, se responde "yo también"-
- ¿Tú qué crees? - contestó Enrique con tono melancólico.
Julia terminó la llamada y comenzó a llorar; extrañamente, sólo demoró unos segundos para darse cuenta que ese llanto ya no era suyo, que no había nada real en ése sentir precipitado y con tono fantasmal. En ese murmullo inexistente.
Se secó las lágrimas y continuó su camino.

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