Inusual

Las puertas de la oportunidad se pueden abrir solas, o simplemente suenan sus bisagras rechinando mientras el viento sopla; si es que se han dejado emparejadas, para que cuando sea posible se abran de par en par, simulando una casualidad. Julia Eskarra tenía sus puertas cerradas desde hace muchos años, había olvidado que tenía puertas; así que sus grandes ojos sólo se asomaban por una rendija de las ventanas de su existir. 
Observaba sigilosamente todo el exterior, podía ver desde su trinchera como pasaba la vida afuera; muchas veces se quedaba dormida sobre las palmas de sus manos con la añoranza pegada en el cristal, mientras el vapor que exhalaban sus pulmones se adhería lentamente al olvido. Al olvido de ella misma y de sus sueños. 
Un día decidió escribir en un papel color arena, cada uno de sus sueños; los escribió y deseaba por lo menos tocarlos con sus pensamientos. Al terminar, dobló la hoja y la guardó en una baúl de madera. Lo cerró con llave, pensando que quizá algún día podría recordar y llevar a cabo alguno. Lloró un poco y dejó las cosas así, en pausa.
Después de varios años, repentinamente dejó de mirar por la rendija conocida, y por unos minutos, creyó escuchar cómo sonaban algunas melodías. Su corazón y respiración se paralizaron simultáneamente y abrió bien los ojos. Sin aviso, aquel papel color arena, un poco desteñido, salía por la cerradura del baúl. Era momento de retomar su existencia y continuar. Las puertas dejaron entrar un viento ligero a su espíritu, un tono dulzón y fresco entraba por su nariz y endulzaba  su tiempo. Estaba disfrutando por primera vez en muchos años de la calma de la libertad encontrada.
La libertad de ser quien ella quisiera, no era una tarea sencilla; primero hay que descifrar quién quiere ser ahora, sin salir lastimada. En estos momentos, ella quiere saborear la libertad de ser, de sentir, de conocer. Sí, de vivir quizá mucho de lo que se había perdido durante su adolescencia llena de culpas y su adultez sacrificada en mucho por el ideal de una pareja que no la pudo amar.
Deseaba encontrar al amor ideal, una pareja que la contuviera y la acompañara en su camino. Pero por otra parte le llenaba el sentirse deseada e importante para muchas personas. Los mensajes de coqueteo por las redes sociales saciaban muchas veces su ego.
Así llegó una noche de febrero, donde el viento se había calmado por fin, y la trova sonaba sobre las canteras rosas; decoraban los jardines las  lavandas y helechos crecidos. Julia estaba sentada en el café frente a la Iglesia de las Rosas, descansaba y daba libertad al destino. Entonces, llegó un mensaje a su móvil. Un personaje distante le preguntaba dónde era el café que había posteado  en su muro. Antes de responder, Julia revisó a profundidad su muro y detalles de aquel hombre de barba y ojos aceituna. Se dedicaba a la cetrería; en su vida había escuchado sobre aquella actividad. Las aves que portaba en sus fotos y los paisajes maravillosos, le interesaron aún más. Así que, respondió.
La conversación se prolongó hasta entrada la madrugada, cosas triviales y con algún sentido un poco más profundo. Cansada Julia se despidió de Ricardo. Pensó que ahí terminaría aquella charla. Sin embargo al día siguiente continuó, un poco más dulce cada vez, atento e interesado. Julia por su parte, debatía entre continuar con Alan o dejarlo de por vida en el olvido; pero hay algo inusual en él, mantenía la necesidad de permanecer a su lado. 
Julia caminó aquel fin de semana, tratando de hacer un juicio severo ante su relación poco clara con Alan, mientras Ricardo mensajeaba constantemente. Hasta que acordaron verse. Ricardo iría a la ciudad donde vivía Julia y se conocerían por primera vez.
El encuentro fue en un estacionamiento, un encuentro casual con alguien que no se conoce. Subió al auto de Julia y comenzaron a platicar sobre las actividades con las aves; también comenzaron a planear verse al día siguiente. Un encuentro posterior, pero más prolongado y cercano. Antes de bajarse del auto, Ricardo se aproximó lentamente a Julia y la besó. Julia cerró los ojos, tratando de identificar las sensaciones en su cuerpo; extrañamente no hubo nada que experimentar.
Al día siguiente, una cita extraordinaria estaba agendada para ambos; se encontrarían en una intersección para poder partir juntos a la ciudad donde vivía Julia, pasarían la noche juntos. Julia comenzó la ruta, cuando su estómago comenzó a dar algunos saltos de nerviosismo. En un semáforo en rojo, sus pensamientos se detuvieron y conversó con su ser:
- Si no tengo que llegar a la cita, que algo me detenga- Julia pronunció en silencio.
El inconsciente de Julia se volcó en su contra y obedeció la necesidad de sabotaje al instante. Un golpe ligero a un motociclista, le abrió los ojos y la hizo aterrizar a la realidad. Lo había golpeado por alcance, al ver el semáforo en verde le pegó a la parte trasera de la motocicleta, al arrancar el auto sin observar al frente.Asustada bajó del auto y se disculpó. Todo se solucionó en cuestión de minutos, no sin antes vaciar su cartera para pagar los daños. Subió a su auto y condujo un par de cuadras más. Se orilló en un estacionamiento y comenzó a sollozar instantáneamente. Recordó como en una pesadilla, su petición al Universo y maldijo. No había tardado tanto en solucionar una petición. Recapacitó en milésimas de segundo y se dio cuenta que en realidad era ella misma quien había provocado este sabotaje.
Arregló su maquillaje, cambió sus zapatillas altas color negro por unos tenis del mismo tono y condujo hasta el camellón donde Ricardo la esperaba.
Al llegar, Ricardo subió al auto y la besó tiernamente:
- ¿Estás bien?, ¿quieres que maneje?- Se notaba preocupado.
- Sí por favor- Respondió Julia inestable aún.
Condujo tranquilamente mientras platicaban sobre cosas importantes para ambos: los estudios recientes de Julia, actividades de Ricardo, hijas de ambos, expectativas de pareja, etc., fueron temas de conversación de un camino de hora y media. Ningún hombre había conducido su auto, a excepción de Braulio. Ni tampoco, ningún hombre había dormido en su cama.
Antes de llegar a casa, llegaron a cenar; mientras tanto la conversación seguía y los nervios aumentaban. ¿Qué locura estaba haciendo Julia?, ya no quería llamarle locura, sino algo "inusual".
Cuando llegaron a casa, Julia atendió a sus mascotas mientras Ricardo esperaba. Al término, Julia dio un breve recorrido por la casa; caso extraño, Ricardo no la abordó con caricias, ni besos desenfrenados, en su lugar le hacía preguntas sobre su hogar, costumbres, actividades de casa. Julia se demoró acomodando algunas cosas del viaje y Ricardo comentó:
- Te espero arriba-
Los nervios de Julia comenzaron a destrozarle las entrañas. Subió despacio mientras respiraba. Una vez juntos en la recámara, ella le ayudó a buscar el canal favorito de Ricardo; esta actividad era sólo un pretexto para romper el hielo y comenzar el cortejo.
Al entregar el control del televisor a Julia, se acercó y le acarició el cuello, mientras tocaba suavemente su cabello con la mano derecha y su mano izquierda la tomaba con decisión por la cintura.
Un par de horas fueron necesarias para sentirse, con alguna que otra intermitencia. Julia trataba de reconocer algo que la hiciera sentirse más cómoda cada instante. Pero Ricardo o quizá las circunstancias y el hecho de que ella extrañaba a Alan y su ternura; parecía todo como en un sueño no propio. Se dedicó a disfrutar y poder lograr el éxtasis, pero de un modo egoísta y apartado de él. Al concluir el encuentro, cada uno se quedó de un lado de la cama, ella no podía acercarse y acurrucarse como lo hacía con Alan; cuánto extrañaba éso.
Estaba agotada por el día tan vertiginoso y durmió, cerca de un extraño por segunda vez en su vida. Mientras perdía lentamente la consciencia, recordó a Miguel y sus amorosos brazos que la sostuvieron las dos noches enteras. Pero comprendió que aquel hombre no era ninguno de ellos, y soltó aquella necesidad.
Pasó breve la noche y al despertar, volteó a su lado y Ricardo aún dormía. Tenía que acelerar el tiempo, ya que en unos minutos tendría que dirigirse al trabajo. Y así concluiría el encuentro, entre un buenos días, una toalla seca para él y un beso breve de despedida en la central del bus.

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