Palabras mudas

Qué se hace cuando las letras son insuficientes, cuando los espacios en blanco no se llenan con ninguna historia. Cuando las calles permanecen inmóviles a los estruendos de los autos y el golpetear de los pasos apresurados de la gente. Qué se dice si las palabras enmudecieron, si las caricias se enfriaron al amanecer de enero.
Será mejor dejar en la alameda del sur los pasos de los amantes sin prisa, de ese par, que sin conocerse se amaron con descaro, de esos locos que no sabrán uno del otro, más. De las voces que se quedaron guardadas en las cortezas de los árboles.
Julia asegura un olvido para Miguel, no sin antes culminar de escribir su fin de semana, así llegará el final, final de sus recuerdos.
Aquella tarde, era momento de ver a Jana, su festejo de cumpleaños estaba por comenzar. Rebosante de felicidad, deseaba tanto darle los pormenores de su amor. Había saboreando un baño caliente y sonreído bajo la ducha. Miguel estaba a la espera de que Julia terminara. Su vestido hasta las pantorrillas, con botones de inicio a fin, con un ligero cinturón de tela del color verde seco al igual que el vestido. Calzó sus tenis blancos con agujetas largas y dejó su cabello al viento. Tenía tanto acondicionador, que nada detenía su vuelo; cualquier indicio de suave aire levantaba las ligeras hebras negras. Su maquillaje suave y acentuado en la parte superior de los ojos le hacían de sus facciones más sensuales y directas. Sus muñecas portaban pulseras de plata finamente sueltas. Al cuello pendía un cordón de piel con un dije de plata y tres cristales que podían reflejar su felicidad y entusiasmo. Al momento que ella se vestía, Él tocaba en su piano la pieza  que ella le había solicitado, que tocara cuando estuvieran juntos, al instante de escucharlo cantar, cerró sus ojos y lo guardó para sí. Movía su cabeza suavemente. Avanzó ligeramente hacia la habitación donde Miguel estaba sentado frente al piano, acercó una silla y sentó detrás suyo. Lo abrazó delicadamente y así se quedó hasta que terminó la pieza, reposando un amor irreal.
Minutos después, Miguel se paseaba intranquilo por las habitaciones, sin poder mencionar nada a Julia, se mostraba un tanto  desconcertado y preguntó antes de llevarla con Jana:
- ¿Volverás?
- Claro- sonrió Julia, - ¿creías que me llevaría mis cosas y me despediría sólo así?
- Sí- respondió Miguel, en tono melancólico.
- No amor, recógeme a las diez, por favor-
La despedida fue extraña, ambos se miraban de reojo, queriendo decirse cosas secretas, que sabían, nunca lo pronunciarían.
Al llegar con Jana, los abrazos iban y venían, esperaban que pronto, un rato a solas llegara para murmurar sus secretos. No fue hasta entrada la tarde. Que pudieron platicar sobre aquel ensueño. Julia, agradecida con la vida por la oportunidad de saborear aquel dulce envuelto en brisa veraniega; pero a su vez a sabiendas que como toda brisa, se evaporaría de golpe y sin oportunidad de saborear otro pequeño sorbo de deseo o amor. Le explicaba los detalles de pasión desmedida, de tranquilidad que ella añoraba y que amaba la inteligencia y decisión de aquel hombre. Pero ¿cómo explicar que hay vacíos que no se llenan con nada?. Ella debía llenarlos con ella misma. No los llenó con la seguridad de Braulio, ni con la figura borrosa de Enrique, tampoco con la pasión de las noches de Alan, y tampoco se estaban llenando de Miguel. Qué necia sigue siendo Julia, aferrada a buscar donde no hay nada, donde la clemencia se vuelca contra el vacío.
Estaba decidida a disfrutar lo que llegara ese fin de semana, lo que fuera, sólo para ella.
Los mensajes de Miguel, la hacían retirarse por momentos del lugar y sonreír secretamente. Ella, por su parte le agradecía la escucha paciente que había tenido la noche anterior sobre su vida, su compleja situación con Braulio. Saboreó las preguntas que él había hecho sobre detalles de cosas que nadie le había preguntado en su vida, como cuáles son las cinco cosas que más disfruta sentir. Por su parte ella, trataba de recordar, cuáles eran, y qué sentía. Ella enumeró: 
-Besar, amo besar y lo que siente mi cuerpo al hacerlo, la segunda, estar bajo el agua y escuchar su murmullo de , el aire cuando choca en mi rostro...-
Estas preguntas y las conversaciones extrañas, se habían quedado en alguna parte de su memoria, para siempre. Pero era momento de regresar a la reunión y dejar unas horas a Miguel lejos de ella, como permanecería en unos días.
Roberto por su parte, se posaba parado bajo el quicio de la puerta de la cocina, misma que algún día de su adolescencia los vio besarse entre las sombras de la noche. Esperaba por ella, deseaba rozar sus manos y sus labios. Pero ella estaba segura, que si lo hacía, no saldría librada del laberinto del deseo. Así que toda la noche, lo evitó. Permanecía a las faldas de Jana y a las propias. Hasta que llegó la hora de la despedida. Abrazó con fuerza a Jana y a Roberto, susurrando al oído, lo que él ya sabía:
- Lo siento, no puedo, no podría siquiera besarte y dejarte ir como si nada. Siempre has representado más que sólo éso. Aún te sueño y hasta en esos momentos me cuesta trabajo dejarte en el olvido.-
Y se fue. Jana la acompañó hasta la entrada del fraccionamiento color bugambilia. Se despedían una y otra vez, hasta que Miguel se acercó en su vehículo. Estaba fresco por el baño y olía, tan bien.
El camino al departamento fue corto, Julia reconocía algunos espacios y esquinas. Al llegar, sus cuerpos se bajaron del auto. Él abrió con ternura la puerta del copiloto y tomó su mano derecha con suavidad. Mientras avanzaban a la puerta, ligeramente la sostenía por la cintura, sin invadir su espacio. Los escalones fueron cortos y la plática casual. Al entrar a la sala, los besos no esperaron a la civilidad. La tomó de la mano y la abrazó por la cintura detrás de ella, caminaron juntos, así hasta la habitación. Donde no hubo tiempo de ver sus cuerpos desnudos cuando, de pronto ella estaba sobre él. Sólo habían logrado quitar sus zapatos y él desabrochar ligeramente el vestido de la parte superior. Había recorrido sus muslos intensamente hasta llegar a su ropa femenina. Ese conjunto de lencería, comprado especialmente para esa noche. Se estaba disfrutando y sintiendo ferviertemente. Ese encuentro fue un poco más de dos. Ya no eran los desconocidos por completo, como la noche anterior. Se compaginaron mejor y a profundidad. Ya el deseo se fusionaba con algo de emoción y un sentimiento volátil de amor.
Agotados, se abrazaron, suspirando por lo bello del momento. Julia, estaba cansada y con sueño; buscó entre sus cosas un pijama, un short a rayas color gris y blanco y una camiseta gris. Miguel por su parte, la observaba cambiarse, con las manos detrás de la nuca y los ojos colmados de ella.
De regreso a la cama, la abrazó y se quedaron dormidos al instante. Qué bella noche, aquella.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Con vehemencia

Amor