En zona pantanosa

Julia Eskarra dejó de escribir por un par de meses, los acontecimientos la han rebasado y sólo se ha dejado llevar a la orilla de la rompiente a observar. La rompiente tiene las olas más feroces e impactantes; ella puede quedarse por horas en ese lugar. Donde sabe que puede comenzar o terminar todo de una buena vez. Las grandes olas la llaman y le susurran al oído que vaya con ellas a la inmensidad y a la nada, pero ella, aún tiene mucho por hacer y por sentir.
Hace unos ´días había concluido la relación con Alan. Tenía días sin saber gran cosa de él. Estaba aislada de su vida y trataba de sentirse mejor con esa decisión. Pero la dependencia  a este tipo de hombres es un mal, difícil de erradicar. Lo sabía de primera mano. Pero sólo estaba volviéndose menos dependiente del teléfono y no enviaba ni uno solo a Alan. Si él le mandaba algún texto, ella sólo se remitía a responder de manera breve y sin mucho entusiasmo por el texto o canción, o lo que sea que él enviara.
Así pasaron quince días y se llegó el miércoles de terapia. Julia estaba desesperada porque sentía que no estaba funcionando lo suficiente; puesto que no se había olvidado de ese hombre y no estaba volando libre de espíritu como ella lo estaba soñando, desde hace meses. Daba por hecho que el resultado esperado no era el que se estaba dando. Quería las cosas prontas y, para su desgracia su cerebro y aprendizaje no funcionan de esa manera. Se sentía sola y necesitaba un rescate fortuito. Así que al salir de la terapia, envió un mensaje a Alan:
- Quiero abrazarte-, su inconsciente y consciente sabía bien, el tipo de respuesta que podría encontrar en su texto.
Y así fue:
- ¿Hoy?- la respuesta envuelta en pregunta, respondía más preguntas, a las que no se les veía respuesta. Esa respuesta que corta de tajo, que no deja más palabras para seguir una conversación sin fin, que se anhela, pero se deja ir, porque el acantilado del vacío, nos deja sin posibilidad de tomar previsiones y poder tener algo en mente para poder esquivar la frialdad de la palabra.
Julia no supo qué decir, se sentía, una vez más, estúpida, o más bien más estúpida cada vez; como sea que sea ésto.
- Sé que es una estupidez, lo siento. Sólo era un deseo.
Y Alan cayó por una semana entera. Era la misma manera de aniquilarla que Enrique.
Pero a diferencia que con Enrique, sucedió que el alma de Julia estaba fortalecida y, sólo lloró esa noche, de camino a casa. Molesta con ella y con el ser que no tenía alma, ni respuestas. Demoró en dormirse esa noche, pero al día siguiente; aún de madrugada. Tomó su cangurera, auriculares y salió a caminar, sin descanso. Ya nada, ni nadie, ni vacío, ni saciedad, la lograrían detener en su trayecto personal. Estaba decidida a ser ella misma para sí.
Ese día comenzó todo de nuevo para Julia, los días comenzaron a parecerle menos pesados, más agradables, comenzaba a saborearse, cada paso le resultaba más agradable, cada respiración más profunda y suave. ¿Quién era la que estaba resurgiendo este preciso día? ¿Algún día se había sentido de esa manera tan singular? , y su respuesta era "no". Nunca se había sentido bien, sola. Sabiéndose sola completamente.
Aunque, últimamente se percibió fría, como pensaba que nunca iba a lograrlo. Fue un paso decisivo para su vida; más no fue una celebración inmensa como cuando pensaba que deseaba serlo y que cuando lo lograra, iba a brincotear  de gusto. 
Cuando lo logró, sólo cerró los ojos y continuó su existencia. Descubrió que dentro de ella, existen mil manera de coexistir y que son posibles, más no, son las mejores para su objetivo primordial.
Continuaron los días y ella continuó consigo. Un tanto errática y fría, quizá esta nueva versión donde deja a los lados todo lo que una vez le importó. Así como un hombre que la amara, estaba dejando de importar por aquellos días. Un buen día, retomó su frialdad y se vistió de negro, mientras la indiferencia tomaba las riendas de aquel día.
Citó a un hombre, de atractivo conocido. De tez morena, con barba alrededor de la boca, sobre las mejillas y la barbilla. ojos penetrantes de color café, cabello negro y manos fuertes. El tono de la voz al teléfono era varonil, como a ella le gusta. Esta ocasión, se propuso conocer el alcance de sus palabras; en una frase, de cuánto poder tenía para tener un hombre a su lado. Ya se conocían por texto, hace unos cuatro meses, habían quedado de verse; pero para esas fechas Julia, aún no tenía su primera cita, y se mostraba tímida y asustadiza. Pero ahora era diferente. Estaba sola en la ciudad y deseaba una cita. Quedaron de verse en el centro, frente a la iglesia principal del primer cuadro de la ciudad.
La cita más fría que se había regalado. Pero ése tipo de regalos no llenan el alma. Siguió aquel auto azul metálico; cada semáforo en rojo sus manos frías se sujetaban al auto con mayor vehemencia.
Al llegar al destino, suspiró con delicadeza, no pretendía que la escuchara nadie, ni aquel sujeto.
Deseaba que todo fuera lo mejor, quería volar y desaparecer, quería tocar, quería sentirse deseada una vez más.
Al llegar a la habitación, aquel hombre se sentó en la silla acojinada que se encontraba cerca de la ventana; que enmarcaba el fondo de la habitación a media luz. Ella por su parte, contempló el espacio. Aquellas tenues luces, dejaban ver el blanco de las sábanas, con una ligera calidez, al igual que las toallas que se encontraban cercanas al lavabo de mármol. Después de suspirar en varias ocasiones, decidió sentarse. El misterioso hombre no tenía prisa de comenzar con intensidad la noche. Así que comenzó todo como si fuera una sesión terapéutica por la cuál Julia no cobraría un peso. La charla se extendió por todos los proyectos y triunfos profesionales de Carlos; hasta llegar a sus frustraciones amorosas. De manera abrupta, comenzó a cuestionar a Julia de cosas que ella no tenía contemplado responder aquella noche. No había ensayado las posibles respuestas de las que pudiera salir ilesa. Cuando comenzó el cuestionamiento sobre su vida privada, se quedó sin aliento. Su vida, en ese momento en particular, no era ejemplo para nadie y cualquier hombre moralista y celoso, puede catalogarla como una cualquiera. Mote que ella misma se estaba fabricando en su mente.
Le fue difícil esquivar las preguntas, aún con la facilidad que tiene para evadir y articular palabras que la hagan salir librada en muchas situaciones. Sólo respondió de Alan, no quiso hablar de nadie más, no era necesario. 
Entrada la noche, las cosas se dispusieron poco a poco como si fuera un banquete para dos personas; pensado y planeado. Un platillo frío que no se disfruta, sólo se ingiere por estar servido. Así sucedió aquella noche. Cuando todo terminó por fin, Julia se cubrió con sus manos los senos y se quedó inmóvil, mientras Carlos dormía. ¿Cómo es posible que un hombre se duerma en la primera cita? 
- Increíble, pero cierto- musitó Julia para sí.
Esperó unos minutos que le parecieron los más largos de aquella noche interminable. Hasta que cansada, se levantó  y comenzó a vestirse de prisa. Abotonó su blusa y subió sus jeans con tanta fuerza, que se le resbalaron de entre los dedos. Calzó sus zapatillas y se quedó parada observando la escena; esa patética escena, donde había dejado lo que ella más quería, ser ella misma. 
Observaba una y otra vez sus manos, sus pies, su rostro; en el reflejo del cristal que dividía la entrada de la cama. Y quería salir corriendo. Su energía estaba más intempestiva que hacía unos minutos. Carlos abrió los ojos, extrañado:
- ¿Ya te vas Julia?
-Tengo que volver a casa. -Respondió sin titubear.
Tomó sus cosas, en tanto Carlos se vestía, sin comprender la decisión de aquella extraña mujer.
Bajaron las escaleras hacia los autos, y sus despedidas fueron tan breves y frías que podrían invitar al invierno a tomar el té.
Julia, por su parte; mientras conducía de regreso a casa, subió el volumen a la canción ochentera que sonaba en la radio. No quiso escuchar su alma, ni nada más. Las gotas que brotaban a chorro por la regadera no logró borrar lo que ella deseaba olvidar y hacer de cuenta que no había sucedido.
Nada borra la consciencia, nada borra el querer olvidar la esencia, nada olvida que Julia quería dejar de ser ella.
Y cuando se comenzó a escribir este capítulo sobre aquella Julia, se tenía el nombre de "Tierra Firme", cuando al final la Julia que concluye el mismo, decide cambiar el título por zona pantanosa.

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