Memoria y

Le he escrito a Enrique en dos ocasiones, o ya no quiere mi dignidad recordar cuántas. Y es que no responde. Sé que cabe la gran posibilidad de que ahora sí no quede ningún recuerdo de mí; ni en su corazón, ni en su cerebro... ni en su ser. No es un sentimiento de dolor por su olvido, tampoco reconozco ego en mí, es sólo que lo extraño. Como cuando se extraña la leve brisa fresca que de cuando en cuando llega a rozar el rostro en las mañanas, lo extraño cuando alguna canción me lo recuerda, cuando voy a la ciudad donde vivimos nuestro romance, cuando me quiero acordar de él y lo evoco a mi presente; aún cuando él ni en recuerdos, ni en presencia se pueda encontrar nunca más. No puedo comprender qué me sigue anclando a él; en muchas ocasiones he hecho rituales de sanación, de cierre de ciclos, me he despedido de manera estúpida y cursi, molesta y agradecida; de tantas formas y tantas veces que no logro recordar. Quisiera encontrarlo en la calle y sacudirlo y abrazarlo tanto que ya no me queden ganas, que los recuerdos se queden impregnados a su piel; que se los lleve de golpe, que los arranque de mis entrañas, que se lleve consigo lo que le pertenece. ¿Cuántos capítulos seguiré escribiendo sobre él?, sobre su amor, sobre la falta de amor, sobre mentiras que me he contado y he escrito para que duela menos, para no sentir, para no recordar que vibré en sus brazos, ¿cuántas veces he escrito un capítulo disfrazado de frialdad para poder olvidarlo?, no recuerdo.
Sigue presente, sigues presente.
Ayer, asistí a un funeral. Y de camino a casa, platicábamos sobre la muerte con mis hijas. Y les pedí, frente a Braulio, que si algún día muero:
- Si algún día muero, tienen que buscarlo y decirle que ya no estoy, quiero que vaya y me vea por última vez.
Mi hija mayor, dijo que sí; no fue necesario decir el nombre del amor de mi vida. La menor, no quiso saber de quién hablaba. Y Braulio, simplemente guardó silencio.
No quisiera saber que no voy a volver a verlo nunca más. Mi espíritu alberga una esperanza dentro, y muchas veces sueño despierta, cómo será ese encuentro. Cuando, ni siquiera tengo la certeza de que suceda.
Hoy, encontré unas fotos de un suceso que no he redactado por este medio. Un viaje que hicimos Enrique y yo a la capital del país. Las saboreé una por una, recordé la sensación que en mi piel viajaba, las palabras en voz baja dentro del museo. Su mano sobre la mía. La sensación de caminar con descaro en la calle y besarnos frente a todo el mundo, sin escondernos. Esas emociones y sensaciones no se han ido; siguen en mi torrente y vuelven cuando escribo, se quedan instaladas por varias horas, en lo que pasa gran parte del día y logro recordar cómo es mi presente; y lograr vivirlo a plenitud. 

Escribir, es como volver al bunker y resguardarme de mí misma. Ser de nuevo Julia Eskarra y que no me importe la realidad, olvidar si es de día o de noche. Ausentarme de todo y de todos. Dibujar historias en mi imaginación y no seguir con las que tengo entre las manos. Poner las mano atrás y sólo cerrar los ojos y traerlo de vuelta sólo para mí. Hablarle y decirle lo que mi alma seguramente se llevará consigo a la siguiente vida. Sentir a plenitud, cada caricia que viví a su lado, cada beso, cada estremecimiento sobre el blanco de nuestro amor.
Pero la fantasía se queda en el ayer y en ese resguardo que no es más que un espejismo, como lo fue Enrique.

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