Otro cuento

 Una tarde sombría, con viento intempestuoso; arrebatado, sin respeto. Viento que levanta las faldas de algodón de Julia, viento que vuela los cabellos negros que debían posarse a la cintura y se permiten ser libres y correr para donde se les antoja. Cabellos negros que se enredan y tapan brevemente los grandes ojos negros de Julia. Pareciera que las botas negras con estilo adolescente, anudadas de forma cruzada; charol negro que relucía con las suaves luces de la plaza central del aquel pequeño poblado.

Los ojos de Julia, querían comerse los detalles de las farolas regordetas que colgaban campantes de los estilizados postes color verde limón; los repasaba de arriba a abajo, deteniendo en instantes su memoria, para poder guardar los detalles más íntimos de aquel trece de febrero.

Escuchaba a lo lejos, una tenue caída de agua, endulzada con un tono de vieja melodía melosa. Detuvo sus pasos y dirigió su mirada a la fuente que se posaba presuntuosa en medio de bancas, cedros viejos y pequeños arbustos con diminutas florecillas blancas. Su alma niña corrió en su imaginación a tocar el agua y hacer remolinos con sus dedos, pero simplemente cerró sus ojos y tocó el agua con su memoria.

Avanzó en silencio la noche, daba tantos pasos como Julia, se avecinaba con ella, sin temor a nada. De a poco iba apareciendo estrellas de una en una,  y sin aviso, soltaba un puño que por desesperada no lograban ponerse de acuerdo en el lugar que debían ocupar. 

Debía guardar celosa en lo más profundo de su memoria cada uno de los detalles de aquella noche, deseaba saborearlos  para cuando se sintiera sola en su habitación, sentía que la vida le estaba colmando el alma, le estaba resarciendo el daño que había sufrido meses atrás, estaba segura que en aquellos minutos y horas se reunían hadas, duendes, ángeles o lo que sea que tejían sensaciones que no conocía.

De pronto, giró levemente su cuerpo; sus manos que a penas tomaban calor, se quedaron heladas e inmóviles. Aquellos ojos claros color miel, que la seguían, de pronto se perdieron en el tejido de un suéter gris largo, en el largo de otros cabellos muy dóciles y quietos, entre la joven cara teñida de blanco. Sin pecas, sin enredoso cabello, con sonrisa en el rostro.

En una milésima de segundo se cayó el cielo con todo y estrellas; la suave luz de las farolas se estremeció y produjo un leve chasquido; las estrellitas desordenadas mejor se escondieron a que la tormenta pasara. Las gotas de la fuente dejaron de salpicar, pues el viento tuvo miedo. Hasta el último soplido de aire reconoció la mirada desencajada de Julia. El destello en sus ojos se había ocultado de golpe, se resguardó de nuevo; el miedo volvió a sus anchas. Sus mejillas se acaloraron y se rasaron sus bellos ojos. Detuvo los pasos, todo el Universo se detuvo con ella. El bracero dejó de calentar sus brazas, los niños acallaron las risas y Julia; Julia cerró sus ojos. 

Quizá su mirada la pudo engañar, limpió sus pestañas de diminutas gotas y dio tiempo a que la miel de aquella mirada volviera a ella. Pero no sucedió, se quedó suspendida más tiempo del que el estómago de Julia podría soportar. Los meses anteriores le trajeron la sensación misma del miedo, ésa que había decidido dejar en el olvido. El estómago se revolvió con el capuchino acaramelado que calentaba sus entrañas, la náusea volvió a ella. Ese miedo insensato, esa sensación de insuficiencia la envolvió nuevamente. 

Caminó más a prisa, quería volar como en el sueño de la noche anterior. Quería irse lejos, para dejar ese breve idilio ajeno; pero qué tonta ilusión. Sólo pudo sortear entre frases breves, tonterías sobre la tarde, el frío, la gente, la pasta dental, el café... lo que no haga sentir nada, para que el todo tenga una oportunidad de escape, para que la fatídica sensación no haga de la suyas y no pierda un sorbo de dignidad.

Cuánto le costó a Julia mantenerse sobria, mantenerse ella; andar nuevos pasos, como lo ha hecho en tantas ocasiones, aparentando que no vio nada, que su corazón es más fuerte. Sólo tratando de mantener una conversación con los ojos miel sobre cotidianidades y con su alma, sobre el olvido de lo que la ha hecho dudar de nuevo.

Mantenerse a salvo es algo que ha logrado en mucho tiempo; mantenerse en la orilla es algo que ha practicado. Sin embargo, es un tornado que no deseaba ni siquiera contemplar de nuevo. Y la conversación con ella, sería:

- ¿Otra vez?, no parecía que las olas moverían mis pies en la arena, y lo volvieron a hacer. Entonces ¿qué sigue?, ¿otra vez dosificar el amor y cuidar mi alma de un daño?, ¿es nuevamente la misma dosis pero en otra presentación para que aprenda por fin la lección?.

- No, por favor, no. Se respondía. 

-Quizá todos los hombres son iguales, quizá deba acostumbrarme, quizá pase el tiempo y ni siquiera lo perciba, quizá mude de alma y me vuelva igual, quizá no deba amar tanto, sólo quizá.

Trataba de mantenerse cuerda y traer a su mente y a su espíritu los abrazos, los besos, las frases de amor. Todos esos instantes donde se sentía segura, donde su alma había construido una burbuja que la hacía feliz. Cerraba sus ojos y pasaba secos tragos de saliva para no gritar o llorar. E hizo un alto, tomó fuertemente la mano de ojos miel y se contó la historia de que los minutos anteriores, eran de otro cuento.

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