Vendaval
Se quedaba sin aliento, mientras conduce en medio de la noche. No percibe ni Luna, ni estrellas rutilantes; se ha ido.
Continúa ausente de sí, se evapora en su misma ausencia, lo poco que hubiera perdurado como esencia raquítica se lo perdió un día.
Una presencia nueva, una figura silenciosa, tierna y extraña.
Ha llegado como un vendaval a la vida endeble de Julia, le ha arrancado con dientes y frases suaves los alfileres con que estaba detenida desde hace meses. Sostenía aferrada cualquier partícula de aliento y recuerdo que le mantuviera en esta vida, cualquier memoria que le hiciera presente que estaba viva.
Pero, qué hacer cuando quién, sin aviso levanta de entre las cenizas lo poco que queda; sostiene la fragilidad entre sus gruesas manos; quién sin pensarlo tanto se atreve a dar un soplo de nueva esperanza. Nuevo palpitar que Julia no veía venir, que Julia había olvidado pedir en sus oraciones nocturnas. Brisa ligera de porvenir, luz en medio de las tinieblas que mantienen a salvo el alma delicada de quién corre descalza por las noches. Un respiro al desaliento.
Toma los restos de la vida de Julia cansada y la alza al viento, la revuelve con la brisa matutina del océano y cuando pereciara que aquel hombre se la bebe sin recato; le dibuja nuevas alas. La desprende del hastío y la envuelve entre sus brazos.
Julia decide perderse en ese espacio y al mismo tiempo encontrarse; verse en su espejo y mirarse completa. refugiarse en ese hombre que le cuenta cuentos en las noches, que le acaricia el cabello como si fuera una niña, que la toma por la cintura y le devuelve hojas y viento, que le regresa minutos y horas perdidas, que le ama entera y en ruinas.
Al fin y al cabo perdida estaba; qué más da perderse donde pueda encontrarse.
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