Caminar descalza

 Los últimos meses han sido complejos para Julia, el dolor en el estómago es constante y los ataques de ansiedad aumentan a medida que avanzan los meses. Tratar de sobrellevar una vida equilibrada es para ella una tarea titánica. Enmarcados en una llamada de auxilio para que tiene a bien escuchar, sin embargo, la mayoría decide caminar sobre las olas para que el bullicio del agua los mantenga con la vida perfecta que tanto soñaron; otros, por su parte tapan sus oídos porque la realidad de otros, simplemente les es indiferente.

Hace muchos años, Julia tomó la decisión de mantener la vida absurda que muchas veces percibe dentro de sí, aislada del aire que circula por sus rincones; lejos del microscopio que los demás utilizan para evaluar la vida de los que los rodean. Ha preferido alinear sus pasos, respirar profundo... contener el aire más segundos cada vez; antes de afrontar sus descalabros y pesares, antes de abrir la puerta a sus emociones. Que si bien, son más comunes de lo que pareciera, son paralizantes para la mayoría; porque ¡quién quiere ver llorar a alguien? ¡quién desea secar las lágrimas de quien inunda las ciudades en minutos? ¿quién desea escuchar a quien no sabe por dónde comenzar?

Comienzan las estaciones cada año, despreocupadas con el pelo alborotado, renuentes a dejar los días que las anhelaron. Ellas sí que saben cómo y por dónde comenzar. Pero también saben cómo decir adiós. Ni ruido les hace en sus entrañas dejar de lado quien las sostiene en sus miradas. Corren presurosas por los días de quienes ni siquiera se percatan que son suaves y burdas, que son lisas e impredecibles. Se van, así sin decir adiós. Entonces porqué Julia no sabe cómo comenzar nuevamente, porqué se resiste a aceptar que el verano le trajo tormentas en su pecho y que es momento de comenzar un nuevo día. Dejar a solas el adiós inevitable. Despedirse sin hacerlo. Irse sin miramientos, aniquilar la sospecha de un regreso. Porqué le duele cerrar la puerta por fuera, dejar el cerrojo oxidado sin aceite que lo ablande, azotar o cerrar con delicadeza lo que le ha dejado dolor y trascendencia. Cerrar con llave y lanzarla al mar que la ahoga. Se ha resistido, se ha quedado parada al lado de la maceta que sostiene el solemne helecho que enmarca la entrada al pasado. Se ha quedado estática, paralizada con las ideas revolcándose con la nostalgia. Se mantiene en espera que el dolor en el estómago y las lágrimas en su torrente se detengan para siempre. Quiere dejar quien muchas veces ha sido, quiere seguir encerrando a quien da pena siquiera que se asome. Desea con frenesí abandonar todo aquello, que el dolor en el estómago se mitigue con la frescura de la brisa que la custodia; cerrar por fin y caminar descalza para empezar sin escollo, ligera. Soltar su largo cabello negro y abrazar a quien la espera del otro lado.

Acariciar con sutileza la paz que ha pagado con sus lágrimas, lograr el equilibrio que necesita para ser quien desea ser, para entibiar en su alma los delicados retoños de su nueva vida.

Pronto será que grite a las nubes que es libre de sus cadenas, que logró liberar todo lo viejo, lo sucio, lo lamentable, lo inexistente. Libre de su propio vacío.


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