Ser hierro
Su afición por escribir está íntimamente relacionada con el vacío en el estómago que siente en cada uno de los días en donde la vida le voltea la cara. A pesar de escuchar a tanta gente al día, sus palabras son poco escuchadas, porque el tiempo no le es suficiente para vaciarse ella o simplemente está agotada de tantas palabras. Es una ermitaña empedernida, con pocas amigas, que son realmente, amigas por necesidad de viajar diariamente. Si no fuera así, sus palabras sólo serían para él y para sus hijos.
De cualquier forna, su única ventana a la realidad de lo que siente es su computadora. Es un espacio seguro donde nadie detrás de las teclas la podrá juzgar, así que no le impide vomitar sus miserias, que tantas veces esconde tras su largo cabello negro y sus expedientes; mientras una ligera sonrisa da paz a los demás y seguridad de que lo que viven es temporal. Sintiendo en lo más profundo de sus entrañas que a veces los días no son temporales, que los recuerdos son permanentes y que los miedos acechan tanto despierta como dormida... y que no se han ido ni un momento.
Sabe que si alguien la explorara en sus más profundos rincones, saldrían huyendo, porque no resulta fácil convivir con semejante torbellino. Su espíritu es un tremendo remolino sin orden, que le gesta cada día emociones, que muchas veces sólo las resguarda dentro de la maceta que contiene el tierno helecho que enmarca la puerta de su consultorio. Ahí las deja a la espera de ser rescatadas y tomadas en cuenta, pero cuando escarba la suave tierra de encino, sólo salen un poco batidas a seguir luchando por existir.
Las emociones de Julia son intensas, sombrías, tiernas, vulnerables y arrebatadas. Ha querido a lo largo de los años de entrenarlas, como si fueran pequeñas hormigas; pero el ímpetu que las sostiene deja a Julia sin más que hacer cuando se le enfrentan las crisis. Y todo el entrenamiento por el que ha destinado horas y noches de desvelo se van con las lágrimas regordetas de tanto esperar.
Hubiera deseado ser Enrique muchas veces, para ser de hierro y sin espacio para sentir, pero no se puede sepultar la presencia de ella misma. Así que, ha decidido cerrar su consultorio por las noches y sentarse en el tapiz gris para hablarse a ella misma; se regala el espacio para escucharse y sollozar si así lo necesita... dejando a la espera el segundero del reloj dorado, que suena fuertemente.
Suenan en su interior las ganas de ver a alguien que no sea la sombra sobre su sillón de terapeuta, sin embargo, estará vacío, y es mejor así... no pretende que alguien divague en tanto la escucha o que se refugie en un sórdido adiós.
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