Silenciaste nuestra voz


 Julia manejó por un lapso de hora y media. Aquella tarde hacia demasiado calor, el vapor que emanaba del asfalto daba la sensación de estar en un mundo paralelo. 

Ella misma hubiera querido pertenecer a un paralelismo, encapsulada, anestesiada; pero la vida no nos regala lo que anhelamos, no nos evita lo que nos hiere en la profundidad de nuestra existencia. Nos deja ahí, al rojo vivo para que nos caigan las gotas saladas de la brisa marina, nos deja al desnudo sobre el desierto, para que emane de nuestro interior un destello de supervivencia 

Esa supervivencia, era la que Julia tenía en su sangre diluida por la mentira. Se trasladaba pasiva, a cuenta gotas. Sabía que debía seguir manejando y despertar de su letargo que la noche anterior le había dejado. Sabía que aquellas rosas y perfume francés que había recibido en el trabajo, cómo obsequio de aniversario número dieciséis; eran sólo una mediocre disculpa al robo de sus años como mujer, una burla disfrazada de atención y amor de un esposo vestido de dulzura y galantería. Seguía aparentando ante los demás, incomodaba ahora en cada rojo  de aquellas sutiles flores de fragancia putrefacta. Le daban náuseas. Ya no reconocía si sus ganas de volver el estómago estaban relacionadas con el desvelo del viaje de vuelta a casa, de tanto llanto en silencio o de esos olores que empezó a detestar.

A partir de ese primero de octubre, aborreció las flores como regalo 

Qué desolación sentía en su interior. Cómo podría gritar al viento que había sido tinada por aquel hombre, cómo decir la verdad a la gente, a los amigos en común, a los compañeros de trabajo, a la familia, a sus propias hijas. No sabía cómo se enfrentan esos problemas. En ninguna parte de su historia tenía un referente tal, así que no sabía qué sentir, qué decir y cómo continuar.

La vida la había tomado por sorpresa de los cabellos, le había sacado las entrañas y nublado la vista, aturdido los oídos y secado su piel; todo de golpe; como quién arranca un árbol de raíz y de paso le quema las ramas; para que no pueda posarse en ningún espacio y muera de una vez.

Ya una vez ella rompió la posibilidad de mantener una familia, de poseet todo lo que ella misma había soñado desde su infancia. Cuando Enrique estuvo como sombra durante tantos años y ella, decidió terminar con Braulio. Así que como ya había vivido esa miseria en la que se había convertido, en una puta irracional y destructora de hogares, no quería volver a ser la culpable de otro dolor a sus hijas y a sus padres; ora vez la vergüenza de aniquilar lo posible. Sabía que no podía andar pregonando por ahí la falta irremediable de Braulio, por sus hijas y por él. Así que lo único que se le ocurrió en aquél día, fue silenciar su voz. Y así comenzó el infierno.

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