Sin saber qué hacer
Braulio continuaba viviendo una vida como la que había llevado tantos años al lado de Julia. Ella impotente deseaba que se desnudara frente a todos y gritara lo que había ocultado toda su vida; por lo menos hubiera deseado con toda su alma que a ella únicamente le confesara la verdad que seguía tratando de mantener oculta, aún cuando Julia tenía las pruebas. Braulio seguía diciendo que él no sabía de qué hablaba.
Ese hecho, la hacía rabiar. Se tapaba con una almohada y gritaba de desesperación.
- ¿Cómo niegas a mis ojos que el cielo es azul?, ¿cómo niegas que el mar es inmenso si lo estoy viendo?, ¿cómo me niegas lo que leí y que me rompió el alma? - Se murmuraba cada segundo de su existencia.
Ella no sabía qué hacer con aquella verdad, no sabía cómo seguir. Así que decidió continuar, continuó como si el cielo fuera rosa, como si el mar se contuviera en un charco, como si no supiera nada.
Pero de verdad, aquello le resultaba detestable. No tenía el valor suficiente para irse, para terminar con aquella relación de compañeros que ya no se soportan, que sólo viven juntos porque no hay otra solución.
Los meses comenzaron a transcurrir lentamente. Ella continuaba enfocándose como lo había hecho por años, sólo a sus hijas y a mantener una imagen de familia feliz. De mujer orgullosa del hombre con el que se casó. En ocasiones, antes de dormir; se sentaba en el inodoro cerrado a llorar, a llorar la soledad de mas de 15 años, a llorar la muerte en vida, a llorar lo que dejó atrás que no pudo dejarse para sí.
Porqué ella seguía pagando su falta tan deplorable , porqué ella seguía siendo la zorra ante todo, la mala esposa ante sus hijas. Estaba cansada de cargar con la responsabilidad de tanto.
Deseaba ir corriendo con Enrique y decirle que ella no era mala, que no era un asco, que era ella solamente. Pero no tenía ni siquiera energía de hablar con nadie.
Un día, comenzó a enfermar. Llegaba del trabajo y sin comer, ni hablar con nadie; se recostaba en el sillón de la sala, rodeada de los cojines de colores que ella había hecho años atrás. Dormía de forma delirante hasta que la noche la alcanzaba. Después de tres días de realizar esta rutina, sus hijas comenzaron a preocuparse y le solicitaron a Braulio que la llevara al médico. Julia sin voluntad, se subió en la camioneta y cerró los ojos. Al llegar al médico, bajó. Mientras era atendida, también era cuestionada por sus síntomas, que no correspondían a ninguna enfermedad. Su pena era tan grande que se estaba anidando en su torrente que se calentaba de más, su conocimiento era tan débil que prefería perderse para no saber lo sombrío de su matrimonio.
La doctora, un personaje bajito de estatura, cabello rizado y corto; la observaba por encima de sus gafas color marrón. Enseguida, se levantó y comenzó a descubrir su pecho, y, a escasos centímetros de su mentón, inició un movimiento circular con la yema de sus dedos. Al mismo tiempo, preguntó:
- ¿Qué te está enfermando que no puedes decir?, ¿qué ocultas que te tiene así?-
Julia rompió en llanto, sin poder contenerse. La médico, le solicitó a Braulio abandonara el sitio.
Sin éxito, ese ser pequeño, sólo se limitó a seguir masajeando ese espacio lleno de dolor y a acariciar el negro cabello de Julia.
Al regresar a casa, las preguntas de sus hijas sobre su enfermedad le taladraban los oídos, y su alma gritaba:
- ¿De verdad vas permitir morir de tristeza por alguien que no te ama?, ¿te vas a sacrificar por mantenerte al lado del secreto de tu infelicidad?
Y de pronto recordó, que ya en dos ocasiones ella se había rescatado de las fauces de Enrique y sus mentiras, y que con todo el dolor de su corazón por alejarse de quien le estaba destruyendo la vida, aún así se fue. Se puso como objetivo principal, se tomó de la mano y se sacó del lodo. Aunque le tomó muchas lágrimas, soportar peste, dolor y soledad; así lo hizo, se alejó del que pensó que no podría dejar. Entonces debía rescatarse a ella misma de la porquería de las mentiras de Braulio y su afán de hacerla parecer una loca, una enferma; como la llamó muchas veces Enrique.
Pero, ¿cómo debía hacer ese rescate?, ¿hacia dónde debía correr?
La claridad no era un aspecto que estaba con ella en ese momento. Debía primero recobrar algo.
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