Viento y amnesia
Un semana antes de las vísperas de las vacaciones de Semana Santa, el Sol era intensamente brillante, sus rayos rozaban la piel de Julia mientras manejaba de regreso a casa. El viento que chocaba con su mano izquierda; enmarcada de pulseras de plata y otras de cuentas de colores; hacía revolcar cada uno de sus largos cabellos negros entre sí y enredarse con el cinturón de seguridad del auto. Sin percibir el paso del tiempo sólo se mantenía en calma pasando cada una de las líneas amarillas largas y entrecortadas que dividen la carretera que recorre diariamente.
Su pensamiento no estaba sentado como su copiloto, se escapaba entre las nubes ligeras. Parecía que lo tomaban de la mano y lo estiraban lo más que podían para arrancarlo de su ser. Julia entonces, distraída, sin ella misma, sólo seguía conduciendo.
Su mente estaba tratando de recuperar algo que tenía la sensación de haber olvidado en alguna parte de su destino. Sin embargo, las ansias de soñar despierta mantenían una lucha silenciosa.
Pasada hora y media de Sol, viento y amnesia; se dibujó al frente de la calle una casa de color encendido, retocada en las ventanas y puerta principal con cantera rosada. Estacionó su auto, deseando sólo dejar caer su cuerpo sobre el sillón azul plumbago. Al entrar a la frescura de aquella hermosa casa colonial con verdes siluetas de helechos frescos colgantes y romeros sobre la barra principal de la cocina; suspiró profundamente. Enseguida, recordó que una de sus hijas llegaría en poco tiempo, de haber pasado una breve temporada con Braulio.
Braulio, es un ser que le ha resultado molesto ver en persona, algo le provoca y no sabe aún qué es.
Minutos más tarde, el sonido estrepitoso del timbre de la entrada la despertó de su agotamiento. Era su hija, radiante entró con una sonrisa descarada en el rostro. Sobre sus manos sostenía un gran ramo de girasoles despampanantes. Eran para su hermana.
Detrás de ella, entró Braulio.
- Qué hace en mi casa?- se preguntaba molesta.
Este había sido un día duro y lo último que deseaba era lidiar con la culpa que aún se mina en su ser.
- Hola - saludó Braulio despreocupado.
- Cómo estás? - respondió Julia incómoda.
La conversación fue breve, de verdad, por parte de Julia el interés sobre su vida no es más que una minúscula partícula de nada. El sentirse invadida en su propio hogar le provoca náuseas.
Antes de culminar con el encuentro inesperado, Braulio se acerca a Julia y la abraza con fuerza. Julia se rompe en el instante.
Antes de cerrar la puerta detrás de Braulio, logró colarse por una rendija un golpe que fue directo a su pecho, se le cerró la garganta y sintió que las fuerzas se le escapaban. Se refugió en el baño y se sintió cobarde.
Toda la cobardía que ha reclamado a los demás la vio en el espejo con querubines alrededor. Observó detrás de sus ojos negros, lo que quizá debió aguantar. Un matrimonio sin sentido. Cerró sus ojos y entre lágrimas se repitió a si misma:
- La vida es sólo mía, sólo de Julia Eskarra, solitaria o en compañía, feliz o triste, pero sólo mía, y tengo derecho a vivir sin cargar con nadie que me lastime, ni me utilice, ni que use una enfermedad para mantenerme haciendo todo, ni aunque utilicen la humillación o el sarcasmo para herirme. Así que tengo la responsabilidad de sujetarme de mis propias ramas y dejar que las heridas que se están limpiando sanen sin Braulio y sin Enrique-
Respiró fuertemente y secó sus lágrimas como siempre.
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