Yo no te sufrí
Era un viernes por la tarde, cuando el móvil sonó, un mensaje había llegado:
- ¿Dónde estás?- Era Enrique.
El corazón de Julia estalló hasta la garganta, que de pronto, se le cerró por completo. Enrique había insistido en reunirse en algún café, cuando ella viajara a la ciudad donde vivieron su amor. Sin embargo, Julia lo evitaba en todo momento. Ella sabía que si se diera dicho encuentro, sería como regresar nuevamente a atorar sus alas en la nada. Que sus pensamientos giraran irremediablemente en torno a situaciones que no debieron ser o crear historias sin un sentido lógico. Evadía el tema cuando en aquellos años él la invitaba a verse. Pero aquella tarde, bajo el viento fresco de la casa de sus padres, sutilmente, llegó ese mensaje.
- Voy llegando con mis padres- respondió Julia inquieta.
- Quiero verte- solicitó Enrique - estoy cerca de la casa de tus papás-
Julia tenía un compromiso aquella noche.
- Sólo tengo unos minutos- respondió Julia, esperando que Enrique desistiera de su encuentro.
- No importa, ¿podrías llegar en cuánto tiempo?- Texteó Enrique impaciente.
- Llego en diez minutos- finalizó Julia.
Luego de subirse a su auto nerviosa, con el cabello suelto y un vestido color azul marino y zapatos tenis color blanco; conectó su móvil al auto y comenzó a reproducir música que le ayudara a contener las ganas de llorar mezcladas con furia.
Los árboles bajitos, podados en formas indefinidas; se movían suavemente, el tono morado del atardecer daba la sensación de que aquella emoción no había claudicado nunca. Sólo se había atrincherado por años, para ahora enfrentarse con el fantasma que tantas noches ronda por sus sueños, por esa sombra que ha querido dejar sostenido de donde ella ya se ha descolgado, después de años que Enrique la dejara olvidada. El viento, a penas perceptible, tocaba el rostro de Julia a través de su ventanilla abajo. Había llegado.
Apagó el motor y las luces; Enrique bajó de su camioneta gris. Es tan predecible su manera de vestir, que a Julia le resultó molesto verlo así. Su camisa abotonada hasta la garganta color negro, pantalón de mezclilla, de tono desteñido y su mirada. Esa mirada que cuando desea ser quien pudiera ser, se confunde con quien realmente es. Ella bajó de su auto, ligera, ansiosa.
Enrique caminaba balaceándose de un lado a otro, como en tantas ocasiones cuando dejaba ver un lado tierno en su ser. Se saludaron y él la abrazó fuertemente.
Julia, cerró los ojos y respiró profundamente; como quien respira con ansias de guardar para sí, una ventaja para correr más rápido y más lejos.
Inmediatamente, al sentirlo a través de su ropa; se percató.
- Ya no lo extraño, ya no sé quién es- gritaban sus pensamientos.
La charla empezó, se sintió como cuando lo conoció a los catorce años. Ingenua, tonta. Lo observaba entre líneas, trataba de analizar sus palabras. En su cabeza se mezclaba la voz de aquel hombre que ya no era de quien se había enamorado. Muchos recuerdos contradictorios de dolor y amor comenzaron a llegar, pero así como llegaban, se esfumaban.
Deseaba irse.
- Qué estoy haciendo?- se preguntaba.
Entonces, Julia comenzó a mencionar el cómo se había sentido al no ser la prioridad de aquél hombre cuando fueron amantes. Todo lo que vivió y perdió. La manera en que tuvo que reconstruir su vida.
Mientras aquél hombre, escuchaba . Hubiera deseado desde el fondo de su corazón que la abrazara y se disculpara. Pero no lo hizo. Comenzó una serie de justificaciones sin sentido para ella. Trató de enmascarar su cobardía. Ella había echado todo por la borda, mientras Él estaba estable con su esposa. Toda aquella palabrería le resultaba molesta, irritante. Parecía que su piel comenzaba a calentarse poco a poco, si hubiera podido revisar su pecho, quizá hubiese descubierto salpullido en la parte superior de sus senos; el sostén carmín de encaje que los contenía comenzaba a provocan sensibilidad en sus pezones. En aquél momento, hubiera deseado liberar su cuerpo y su alma al mismo tiempo.
Pero no era posible, debía comportarse cómo la mujer que había logrado olvidar sus omisiones, sus olvidos, su desdén. Así que sonreía, estúpidamente; sin saber, que al cabo de un par de años, todo aquello, no sólo le provocaría irritación en su interior, sino qué le llevaría a enfermar su alma nuevamente. Si tan sólo hubiera sabido, le hubiese gritado, insultado, reclamado; externado su verdadero sentir; en cambio, dejó las cosas así. Impidió que su dignidad fuera mancillada nuevamente; la resguardó tras sus ojos negros y sus vestiduras azul marino y se fue.
Logró despedirse como si lo fuese a ver pronto, sin saber, que sería la última vez que sus ojos lo verían, en que Enrique provocaba verle. Fue su última oportunidad de quedarse bien, pero decidió no decir nada. Julia ha pensado en muchas ocasiones, que si bien no debió subir a su auto, debió quizá llorar todo lo que lloró después pero en compañía de Enrique, quizá así hubiera sábado un poco, quizá así las cosas serían diferentes.
Y dentro de su ser, al arrancar el motor de su auto, suspiró:
- Yo si te sufrí -
Pero ésto es lo último que se escribirá de Enrique, hasta aquí llegó todo, o más bien, nada. Que la ansiedad comience a subir como espuma de mar y así mismo baje y desaparezca. Julia le dice a Enrique adiós para siempre, de su alma, de su mente y de su vida.
Julia ha muerto, Julia Eskarra, se ha ido. Que el duelo surja, pero que se lleve todo, viento, marea y hasta la brisa más sutil se vaya con ella. Todo ha terminado.
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