Fango y nada
Dejarte en un cajón ha sido una tarea titánica. Sales y te escapas cuando se te da la gana, timbras en fin de semana y mueves los recuerdos que estaban anegados entre el fango de los sembradíos de cañas inundado. Sí, fui a dejarte en el olvido del olor a podrido, de la humedad que da asco, que da repulsión por el sólo hecho de recordar. Pero de pronto un indicio de luz te da la fuerza de buscarme y me revuelves el estómago, no de emoción... de nada, como cuando no has comido en mucho tiempo y sólo deseas vomitar la nada entera. Quiero deshacerme de la nada que es el vago recuerdo, quiero desaparecer la nada que fueron malos momentos, quiero extinguir la nada de lo que nada fue, de lo que no quisiste que fuera, de lo que no representó nada para ti.
Que el frío de la noche inunde la nada estoicamente, que la deje retorcerse de dolor de no significar nada para Julia, de no representar nada de nada para ella, que la deje retorcerse entre las largas cañas amargas, tratando de resurgir entre los tallos que un día fueron dulces y que ahora no recuerdan lo que un día fueron.
Ojalá un día se hubiera llevado la nada entre sus delgados dedos, así la hubiera arrancado y hubiera dejado algo para ella; quizá un buen sabor de boca, un ligero anhelo, una ráfaga de felicidad. Pero no, sólo se fue con todo y dejó lo que no le servía, lo que le sobró.
Unas palabras matutinas, le recuerdan que quizá exista un ser humano dentro de la línea, sin embargo, al cabo de unos minutos, le golpea la cara con la burlona realidad de que es el mismo y vuelve a querer dejarle en el cajón, o llevarle si no, al fango... por lo menos a la montaña, donde no sea capaz de volver. Donde le cueste tanto trabajo encontrarse que no sea capaz de volver a perderla a ella, donde le dé pena haberla hecho pasar por tanto para nada. Donde deje de asumir tanta estúpida perfección.
Que se quede en fango, en cajón y en campo; que se quede sólo, con frío, sucio, desolado y sin fuerzas de seguir restregando la nada a quien es todo.
A quien debió ser su todo y no fue más su nada. Julia lleva sobre su pecho el coraje por la cobardía que le abrió los ojos para ver que no fue ni minúsculo tallo de amor, mucho menos un vestigio de realidad para nadie.
Ese enojo acrecentado por los ríos de minutos alternos, se fue convirtiendo en horas y días pausadas por la necesidad imperante de calma interna. Ella se había ido, parecía que era sólo un viaje de avión primaveral, pero en realidad era un escape nuevamente de lo que le aniquila en el ahora y de lo que lo hizo tantos años atrás. Una ida sin retorno, una calma momentánea.
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