Hoy escribí sobre ti

  Sentado frente a ojos, un completo desconocido y recordado desde hace veintseis. En la memoria no se encontraban todos los detalles de su rostro, tampoco algunos de los toques que había tenido aquella

 relación hacía tantos años.

A penas unos mensajes despertaron en ellos la curiosidad de qué había sido de ese amor adolescente, y era lo que los tenía sentados aquella tarde. Entre tonos rosas de las conteras que enmarcaban la calle, retocada por algunas jacarandas sin flor; un sutil viento invernal soplaba las faldas color café claro y los largos cabellos de ella. Y se llevaba el aroma del perfume de él.

El café se enfriaba con suave prisa, mientras las palabras se posaban descritas sobre las hojas verdes que adornaban aquel diminuto jarrón de cristal, que separaba dos corazones. Todo parecía confabular a favor de aquellos seres que no  tenían idea de sí.

 ¿Qué había sucedido en tanto tiempo?, ¿dónde se habían quedado las caricias que se regalaban entre las sombras?, ¿dónde quedaron los besos que se debían? Quizá en la puerta de la escuela donde la espera fue crucial para determinar los caminos de ambos, quizá sobre el pasto que los dejaba sentarse por las tardes antes de entrar a las clases vespertinas, quizá en la necesidad de no saber de ellos y hacer una vida propia, quizá en el bolsillo que se quedó sin tiempo.

Eran preguntas a las que se les borraron el rostro, se quedaron sin respuesta entre tantos años de olvido, entre otros amores de ambos, entre los no recuerdos de esa edad perdida. Ya carecían de importancia aquella tarde. Lo único que tenía peso era que estaban ahí, sin máscaras, sin ataduras de ningún tipo; sólo ellos, sólo aquellos de diecisiete, queriendo ser los de antes.

Las historias de veintiseis años se paseaban nerviosas sobre la mesa de aquel café, se sostenían entre los cubiertos y la carta con un menú que no tenía la menor importancia. Las historias de ambos iban y venían para tratar de presentar al que las narraba y poder justificar las heridas que traían en sus cuerpos y en sus almas. Trataban de no parecer tan dolorosas como lo habían padecido, se escondían entre los mordiscos de un crujiente pan y se pasaban sin sentir entre los sorbos del matcha latte que no se deseaba seguir bebiendo. 

Delante del humo de cigarro, se brotaron las primeras lágrimas; descaradas rodaron por las mejillas. ¿Cómo contener años de tristeza que nadie ha sido capaz de escuchar y sostener para aligerar el peso?

Se observaron  las gotitas desde el extremo opuesto, se notaron las ganas del desgarro; pero se mantuvieron sólo sobre el camino que habían trazado hasta la barbilla. Qué ganas tenía de levantarse sobre los negros tacones de aguja para abrazarlo como él lo hizo tantas veces cuando eran sólo unos niños; qué ganas de sostener su historia por un momento para que él descansara; qué ganas de cerrar sus ojos con suaves y tiernas palabras que tenía en la punta de la lengua para él. Pero la frialdad que se había prometido sostener para salvaguardar su corazón, mantuvo su esencia inactiva; dejo que su estudiada postura ante lo que fuera, la mantuviera lejos aún con todo el amor que era capaz de dar, así, sin movimiento. Se le quemaban las ganas, revoloteaba la desesperación de una lucha de sí consigo. Qué desesperación verle así y amarrar sus brazos y sus manos para ni siquera tocarle, que locura dejarse en la puerta y fingir tan cansada pose. Pero los ojos no engañan, se humedecieron sus grandes ojos negros, mientras trataba de fumarse el ímpetu de abrazarlo con fuerza. Parpadeaba una y otra vez para tratar de secar las lágrimas que se le venían desde el corazón y pasaban por el centro de su estómago. Pero mientras una se agotaba, la siguiente aparecía con más fuerza.

Después de que una burbuja de sensaciones escondidas se había extinguido, siguieron más palabras que  ya dejaban por la paz todo aquello que los había alejado de la realidad. Mientras el mesero insistente en servir lo que no existe, las preguntas volvían a encontrarse con ella. Había decidido que aquel encuentro buscara su propio destino; sin embargo, ella siempre ha decido hacer las historias que jamás van a tomar forma y cada vez que lo observaba, aparecía una nueva en su mente y en sus deseos. Qué difícil es evitar las películas mentales que traen bajo el brazo las ganas de una vida distinta, que imposible parece desistir del deseo que el que estaba enfrente soñara con los mismo que ella.

Las melodías noventeras insistían en armar una atmósfera que sólo para ellos se arremolinaba. Las mismas canciones que ellos habían escuchado mientras se sostenían abrazados, ahora viajaban entre el viento y el suave perfume de él. Trataban de envolver los corazones asustados y nerviosos. Hasta que llegó la hora de cierre de aquel lugar. Amablemente el joven invitó a tomar los últimos tragos de latte verde y de un café sin calor.

Tomaron sus cosas y la despedida se avecinaba, sin un después a la vista, sólo miradas de miles de ganas de huir juntos. Los pasos los llevaron a la salida, un sólo abrazo de despedida, largo  e intenso, dejó a los dos con más preguntas de las que se podrían sostener en la noche estrellada, con más deseo de seguir, con anhelo de un beso, con insistencia de más miradas llenas de amor guardado.



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