Lo que no es y debió ser
Así quisiera Julia Eskarra que sucediera, que la voz se quedara muda, que sus manos no tocaran el teléfono mientras suena; pero hay algo que la hace responder siempre. Aunque él la ignore durante meses, dejando abierto su saludo o un mensaje absurdo. Aún cuando en el fondo de su corazón ella sabe que él sólo la busca cuando le sobra un tiempo o quién sabe en realidad la razón.
Habían pasado un par de meses desde que ella escribió un estúpido mensaje y su computadora no respondió más. Los primeros días, después de hacer añicos por milésima vez su dignidad; se preguntaba por las mañanas si algún día Enrique respondería, si el móvil anunciaría algún mensaje o llamada. Sin respuesta, pasaron los días y la sensación de espera comenzó a extinguirse junto con las ganas de volver a verle. Una tarde de marzo, mientras buscaba un contacto, encontró el de él; decidida lo eliminó de su lista de contactos. Sonriendo le dijo adiós; uno de tantos puntos finales que le ha tratado de poner a esta historia que se revive con un poco de insulina o una reanimación al músculo que parece colapsar cuando él responde de manera grosera y cortante. Se ha mantenido la distancia en tantos años, una distancia en metros o kilómetros, pero en pensamiento no logra cortar de tajo.
No importaría que las memorias se desangren, que los recuerdos se vayan por la coladera, que los ojos se queden sin ganas de volver a verlo. Julia sabe que no importaría ahora, que Enrique muera para ella por completo; que logre empacar sus pertenencias que aún le quedan en el alma de ella, que se robe los recuerdos que la han hecho escribir tantas letras e historias, que apague por siempre la espera de nada, la espera de una minúscula luz en la hoguera.
Ayer, sin más, sonó su celular. Una lada muy conocida para ella, su estómago por primera vez se quedó quieto, sus manos sabían lo que debía hacer. Responder la llamada, mientras su cerebro y corazón debatían en milésimas de segundo lo estúpido que resulta hacerlo y lo que conlleva escuchar esa voz. Aún con la inseguridad de no saber si sería él, respondió.
-Bueno.
-Hola- respondió suavemente Enrique, ¿cómo estás?
Una palabra llevó a la otra, y en menos de una frase, ella vomitaba dos meses de no saber de él. Queriendo compactar llanto, noches en vela, dolor... en frases añejas y serenas. Él, en tanto comentaba lo bien que le pintaba la vida (como siempre). Y para ella, era algo predecible, poco sorprendente, si lo vemos desde el punto de vista de la Julia que sabe qué contiene el espíritu de Enrique.
Julia, trataba de mantener su respiración sin altibajos, de monitorear sus palabras como si fuera un filtro de café, de pensar bien lo que saldría de su boca. De dejar de lado el reclamo que quisiera hacerle a semejante personaje que la aisla de su vida con descaro, mientras ella debe cruzar sus ganas entre el frío y el calor del paso de cada estación; porque Julia sabe que nada de él le pertenece, nunca le ha pertenecido; ni el recuerdo mismo. Las cortinas blancas de gasa revoloteaban anunciando una fresca tormenta en alguna ciudad vecina. Julia daba pasos ligeros entre el azul intenso de la pared donde colgaban las tazas de Talavera y el blanco marfil que enmarcaba la plateada batería de cocina nueva. Hubiera deseado que los sus pies se detuvieran y sólo no relatar nada personal; pero algo pasa con Enrique, es tan parte de su historia que necesita mantenerlo al tanto.
El tiempo parecía tan breve para ella, y con tantas ocupaciones atravesando la puerta; fue devastador para la conversación entera. Un final a la charla fue inevitable.
- Te marco más tarde- Murmuró Enrique.
¿Qué tan tarde?, que la espera demoró todo el día, que las vueltas a ver las cortinas que ahora permanecían calladas fueron eternas. Tan tarde que parece que extermina la espera, tan tarde como lo es para ellos, como lo fue para todo.
Se fue a dormir, con la esperanza de no recordar nada al día siguiente, con la consigna de no traerlo a su memoria nuevamente; sin embargo, sus pensamientos juegan con ella. Durante la mañana, en la caminata de madrugada; hilaba las mejores frases para concluir con la palabras de un día anterior. Sabía que el textearle era un suicidio nuevamente. Y sin importarle tiempo, ni consecuencia; lo hizo. Diciendo lo feliz que le hacía saber lo bien que le iba, y para cerrar un abrazo a la distancia. Maldita distancia que la mantiene a salvo. En tanto releía el mensaje, Enrique lo leía a su vez, ella sabía que no respondería; como tantas veces. Sin embargo, lo hizo brevemente:
- Gracias, ¿a qué hora te puedo marcar?
Porque necesita darle tantas explicaciones a quien no sabe nada de ella y a quien sabe todo... aún no lo descifro.
Le mostró su apretado horario, indicando una hora prudente. A sabiendas que no llegaría la llamada nuevamente. Pasado el tiempo, sonó el teléfono. Sin aviso, ella estaba revisando sus lavandas y helechos y cuando regresó él había colgado. Dudo un par de minutos en marcar, y cuando se armó de valor. Él colgó la llamada.
¿Cuántos meses pasarán?
Y la lluvia llegó hace unos momentos y su voz no lo hizo. La lluvia en medio de la primavera sólo avisa que puede ocurrir cualquier cosa, excepto lo que ella anhela en cuanto a Enrique; que la espera debe quedarse en un cajón, al lado de lo que no es.
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