Los ojos a oscuras

 

 La ventana de la cocina dejaba entrar algunos rayos de Sol de medio día, dejaba reflejar sobre las cacerolas color plata; reposadas sobre la repisa que Julia había colocado en la parte frontal de la entrada; las ilusiones que había dejado guardadas e incluso olvidadas. Ya que se si se olvidaban, dolía menos no tener la posibilidad de alcanzarlas algún día.


Observó los suaves reflejos de los que ahora se atreve a mirar con el derecho de poseer por fin, observó las líneas entre la realidad y las posibilidades que ahora se abrían ante sus ojos, y que si bien sus manos no podían tocar aún, por lo menos las rozaban y su piel las sentía cada segundo más cerca. Estremecerse por cerrar los ojos y poder observar un futuro que no tenía ni la menor idea que podría soñar; mantener los ojos cerrados y recordar las manos que tocan suavemente los hombros de Julia, es un caramelo que se derrite lentamente en su mente. 


El calor de la recién entrada primavera toca cada uno de los poros que se abren y se cierran, la música de fondo que ella elige para revivir la noche anterior, le toma de la mano en un suspiro y juntas alzan el vuelo en fracción de segundos a los murmullos nocturnos. Ésos, que sólo se escuchan entre pares, de ésos que sólo se guardan en lo más íntimo de los recuerdos, ésos que se sujetan entre el sabor de la piel y los sueltos cabellos negros.


Un delicado recuerdo de la media noche, se posa entre las blancas cortinas de la ventana, sonríe para Julia, le guiña el ojo y la hace sonreír entre nostalgia furtiva. Le lleva a un detalle en particular, un instante que si bien jamás lo habían tenido con ella, tampoco se hubiera pensado que transformaría la percepción de toda una noche.


Acarició su memoria y quiso corroborar que estaba bajo su blusa blanca; un delicado sujetador color salmón con intensidad baja en su tonalidad; tirantes que se detienen el peso de los años entre sí; fino encaje esconde los senos de Julia y le acaricia la espalda mientras mantiene todo a su paso. Un obsequio jamás recibido se escabulle bajo sus ropas, da la impresión de que él está justo en esos lugares; paseando con descaro mientras ella sólo mantiene los ojos a oscuras. 


Levantó su blusa; en medio de la cocina en tonos azul profundo y blanco marfil, con cristalería en los mismos colores y rodeada por detalles en plata. No le importó si era de día o si estaba a mitad de la preparación de su ensalada agridulce, si el jarrón que contenía la harina para sus crepas o si el portacuchillos la podían atrapar. Observó con asombro su pecho, detenido por un encaje con forma de florecillas trenzadas entre sí y en las copas se alineaban pequeños puntos que daban la impresión de ser un cielo estrellado. Tocó suave y tiernamente a su amor a través de aquel sostén, lo detuvo en el tiempo y se lo quedó para sí. Julia cerró sus grandes ojos y recordó el momento cuando él fingía haber errado de equipaje. 


Se asomaron tres colores pastel delante de ellos, el salmón que portaba ese día, un grácil menta y un exquisito gris. Ella no comprendía qué era aquello, mucho menos que sería para ella. Al momento, él los sacó y los sostuvo en el aire, en un diminuto gancho color blanco; Julia trataba de no parecer tan sorprendida como lo estaba. Inmóvil su alma, deseaba contenerse para no brincar de excitación.


Quién en su vida ha procurado llevar hasta su cuerpo un obsequio tan íntimo; sólo él, que sabe muy dentro de sí lo íntimo que es para ella. Por ello decide quedarse cerca de su cuerpo y de su corazón. Decide pertenecer y no asfixiar las ganas de permanecer.


La melancolía hace que se humedezcan sus ojos de tan sólo mirar unas horas antes el reloj, hace que se detenga el tiempo; y el espacio en tanto se de vuelcos en la nada. Desea llorar de no saber qué sentir, de saber por fin qué se puede esperar. Una ligera ráfaga de certeza que anhelaba desde hacia años se mantiene ondulante en el aire. La huele, la saborea y la atrapa extasiada. Los colores de la cocina sólo la mantienen por segundos entre la realidad y los recuerdos.




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