Hacia el destino que no debió ser

 El silencio de la casa de Julia le llena de ideas que no deben permanecer dentro de ella, impulsadas como cohetes desde el interior de su pecho; paseándose por sus manos empuñadas, por sus piernas que desean correr hacia no se sabría dónde y terminando en sus ojos negros. De los que le brotan irremediablemente lágrimas que se esconden a preguntas de su familia.

Su justificación a los ojos llorosos después de recordar mil cosas que desea escribir, son realmente cosas que no tienen un sustento real y válido para el desbordar del alma. Sus ojos quedan tan hinchados que lejos de verse hermosos, son como los que se asomaron a ver al amor de su vida en aquella tienda de servicio expres.

Fue una tarde que iba directo a perderse en su auto color rojo Burdeos, decidida estaba ya de continuar en marcha para poder dejar atrás su infelicidad. Esos escapes sin logros certeros eran más comunes que las sonrisas que podrían serle de utilidad para sentirse viva.

Arrancaba con frecuencia sin rumbo, las velocidades de su auto, reconocían en su mano derecha su vulnerabilidad disfrazada de libertad. Manejaba con rapidez, creyendo que así podría romper lo que le ataba, desatar los lazos que la sostenían inmóvil a una vida que era cobarde dejar.

Esa tarde salió de casa, con rabia y dolor ante un hombre que no la amaba, pero sí la ataba a una vida insosteniblemente infértil. Manejó y Enrique le envió un mensaje justo en el momento. El momento justo cuando debió volver a la sensatez. Pero no lo hizo. Siguió manejando hasta aquél distribuidor vial, cuando Enrique, preguntó:

- Dónde estás?

- En la calle - respondió Julia

- Quiero verte, musitó Enrique

Julia estaba cerca del lugar donde él la estaba citando. Su corazón parecía desbordarse. 

Llegó, se arregló el cabello y lo miró fijamente a través de sus ojos hinchados.

Que ganas de haber sido ella ahora. El destino pudo ser diferente.

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