Semáforo en ámbar


 Los autos avanzan fugitivos por medio de la noche, sólo la luna llena de este mes de julio puede ser capaz de iluminar el camino. Los pensamientos de Julia van más lejos que cada uno de ellos, el insomnio ha llegado sin piedad y su mente no la deja descansar.

En esta enorme ciudad lo que sobran son trasnochados, pero esta mujer ha decidido dejar entre sus sábanas aquellos anhelos que esperan ser tomados en cuenta por ella o por mí. Empero ninguna de ellas abre la boca para recibirles de vuelta. 

Quizá murmura Julia:

- Si los veo danzar sin reparo, puedan por fin cansarse de la cama  e irse.

Las luces de los vehículos nocturnos asoman en  los recovecos la soledad de sus pensamientos y de ella; que por ser solitarios nocturnos, no son capaces de dirigirse la palabra, ni para hacer de esta enorme noche, una noche más amena 

Ha viajado hasta aquí, donde pensó que algunas respuestas podrían envolverse en papeles de suaves colores, para que la dejen en paz, tranquila. 

Pero no ha sido posible.

Está cansada, hubiera deseado una llamada, una voz; que la hubiera hecho parar con el insomnio o provocarlo más; pero las nubes sólo se roban los sonidos que pudieran hacer más lleno el vacío, que sigue sin dejarla dormir.

Quisiera tener el valor para bajar al lobby del hotel que la acoje esas noches, sin embargo, sólo se para a observar el gran ventanal que asoma las luces de la inmensa ciudad. Los tintineos rojos y blancos acaban con el sútil ámbar de algunos semáforos que detienen la secuencia de la noche.

Así se siente ella en este día de julio, como una luz palpitante que se detiene entre las sombras, sin una frase que le ayude a sentir calor, a sentir equilibrio en sus entrañas. Como  el tac, tac del semáforo en ámbar. Detenido en el tiempo, queriendo sostenerlo por completo y dejarlo ir entre ese compás monótono. Cuánto tiempo ha pasado desde que se quitó la pose de Terapeuta viajera para este congreso, hasta que llegó a desvanecer la ecuanimidad entre la pijamas de seda color verde menta que recorre su cuerpo y la hace sentir más frágil; no tiene idea. El tiempo se ha esfumado.

Levanta los brazos suavemente y respira profundo, deja caer su cabeza hacia atrás y su largo cabello negro, roza sin mesura sus glúteos cubiertos de seda. Cansada y resignada, como el ámbar de aquella calle, cierra sus ojos e imagina su estancia lejos de ahí, lejos de todo, ausente de la realidad y presente en ella, volando lejana, feliz.

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