Ni mi abue, ni tú
Los trozos de hielo que golpean fuertemente el domo en pirámide del comedor, anuncia una fría noche. El estruendo que nace en las nubes atemoriza a Julia en esa nueva tarde de agosto.
Su fascinación por los fenómenos naturales ha sido desde niña un símbolo externo de su férreo espíritu. Abre bien los ojos y observa detenidamente el trayecto de los proyectiles transparentes. Detenida en el quicio de la puerta de la cocina construida a un estilo clásico de los años cincuenta, evita tocar con sus manos recién alineadas con uñas suavemente estilizadas en tonos nude, palo de rosa y cereza que le dan un toque de adultez. Por un momento recuerda la historia que desde niña le hace tomar precauciones cuando el cielo se pone rebelde y deja caer esos destellos estrepitosamente deslumbrantes.
Su abuela, que dejó de habitar este mundo hace unos años, le decía:
- Aléjate de los objetos metálicos, no te bañes, no te mojes... Mientras está la tormenta - comentaba con recelo - A mí, me cayó "un pedazo de rayo" cuando cortaba un vestido en una tarde, donde sólo se podían escuchar los árboles crujir.
Ese miedo infantil la tenía detenida, deseaba salir a mojarse y sostener entre sus manos por puños el granizo que comenzaba a aplicarse cerca de los helechos. Pero en lugar de éso, se quedó inmóvil. El viento y algunas gotas de lluvia perdidas movían la bastilla de su vestido verde militar.
Hubiera querido que así como se estaba refrescando todo su entorno, se enfriaran sus ganas. Ha estado contenida por días. Se sabe vulnerable, como cuando...
Nos detenemos en este recuerdo, la respiración se hace profunda y nuestros ojos de cierran.
Cómo cuando, hace muchos años, sonó el teléfono. Un mensaje había llegado y con ello una noticia que volvía a mover su paz.
- Tuve un accidente -
En ese momento, aún cuando Julia no respondió a la inmediatez, se sintió vulnerable nuevamente. Así hoy. Julia apretaba sus manos sosteniendo su largo suéter camel. Si hoy o mañana el ondear de las ramas la tocara con un sútil murmullo, ella, ella quiza.
Se percata en ese momento que hay un cúmulo de células que no han dejado de ser las que se paseaba por las noches intranquila, que esa diminuta parte de su ser existe y palpita autónoma y evoca aquello que ya no deseamos que tenga nombre.
Nerviosa, sola. Da el primer paso hacia los granizos, comienza a caminar despacio. Su cabello negro a la cintura escurre en segundos. El escaso maquillaje se mueve sobre sus pestañas, sus ropas se pegan a su piel, haciéndola sentir desnuda.
En medio del patio y con el estruendo como única compañía; las lágrimas salen sin aviso. Sólo hubiera deseado tenerlo como un refugio, sólo hubiera querido poder hablar con alguien aquella tarde.
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