Llegada
Fueron las dos de la tarde, el Sol medianamente calienta las manos de Julia. La carretera se muestra como cada día, llena de autos que tienen prisa de llegar a su destino, cuánta gente transita a diario sin sentir cuántas horas se comparten con la soledad o con viejas canciones.
Así son los días de Julia, tranquilos por las tardes mientras regresa, comiendo en el camino para poder incorporarse al trabajo recién llega al consultorio. La carretera de relaja, es tiempo para ella, para cantar, para respirar, para escuchar aquellas canciones que le hacen sentir viva.
Estar viva... así. Pareciera ser que el tiempo pasa con mucho sentido para ella, cada día reconoce y agradece la vida que lleva. Sin duda, con sus vicisitudes; pero en paz. El amor que la rodea la hace sentir plena, el trabajo le llena el alma.
Aquella tarde, cerca de las autopistas, un auto se detuvo. Era una camioneta blanca, sobre el carril de baja velocidad. Julia no reconoció aquel movimiento. En fracción de segundos comenzó a retroceder sin previo aviso de manera descontrolada. Los movimientos de Julia al volante fueron automáticos, alistarse para cambiar de carril y disminuir la velocidad fue lo primero que hizo. Su corazón comenzó a latir de manera apresurada, tanto que el pecho le dolió, su rostro se puso helado y las piernas le comenzaron a doler.
Sus pensamientos se volcaron sobre la importancia de su existencia, sobre la necesidad de llegar a casa; aunque ésta estuviera vacía, quizá por muchas horas nadie se percataría de que no llegó a casa. Aquella tarde se avecinaba de una forma quizá diferente. El miedo la sorprendió por completo.
La camioneta, de pronto, se controló. El conductor seguía en reversa pero por un sólo carril, metros antes de que se impactara con la camioneta de Julia. Tuvo que continuar manejando aún después de aquel evento donde se permitió preguntarse sobre:
- ¿Quién se la mentaría sobre mi pérdida?, ¿ qué me falta hacer?, ¿con quién me falta arreglar algo?
Sin embargo, después de unos kilómetros recorridos, comenzó a respirar profundo para poder relajar su cuerpo y que las lágrimas dejaran de brotar a borbotones. Fue hasta su consultorio que se limpió el miedo y la tarde continuó. Hasta que una cosa dio lugar a otra y anocheció, ahí fue cuando todo se fue por la borda. Se recostó sobre el sillón de la sala y los múltiples cojines en tonos grises y azules y sintió el peso del miedo y la soledad, se quedó dormida hasta llegada la madrugada.
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