Sin nada ya
Mi sentido de la vida lo he reconocido desde que todo terminó con Enrique o más bien, desde que me recuperé del descalabro que yo misma decidí tener.
Enrique sólo tomó sus decisiones, lo he culpado por años, por páginas enteras, donde el enojo me ha llevado dedicar mi responsabilidad a él, totalmente.
Pero qué pasaría si ahora, llegara el punto donde, soy capaz de decir lo que ahora logro ver. Y, es que el involucrarme con alguien casado, fue totalmente mi decisión, bajo el influjo de noches sin dormir, bajo el desamparo de dormir en el baño envuelta en una toalla color blanco marfil; deseando que el hombre que era mi marido me amara y me deseara.
Así llegué a los brazos de Enrique, así creí en las frases que dicen los amantes casados... Ésas que no se creen, pero se cobijan con la propia soledad.
Ahí renuncié a todo, ahí, empezó la historia que ahora vivo; ahí se tejió el sentido de mi vida. En esa lucha por sobrevivir a lo indigno, a la desolación, al desamor.
Después de éso, de mi supervivencia a todo lo que perdí; me dí cuenta que había ganado las ganas de salir como fuera. Quizá pecho tierra, quizá a pedazos, tal vez muy sola... Pero salir y encontrar que nadie tendría la misma sensación de querer morir.
Ahora veo más claro todo, sin embargo, hay una parte de mí que sigue, en algunas noches; arrastrando recuerdos, tocándoles en algunas paredes, tarareando en unas estrofas, viendo algunas nubes. Esa parte de mí, no ha olvidado que un día lo volveré a reconocer sin verle quizá, hablarle sin decir nada ya.
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